miércoles, 1 de abril de 2015

JESÚS ANTE PILATOS Y EL SANEDRÍN

La Última Cena; primeras consecuencias III El Galileo Jesús de Nazaret fue llevado ante el prefecto de Roma, Poncio Pilatos. Encontrándole en principio sospechoso de los delitos de liderar el terrorismo zelote (Robert Eisler) contra los agentes de las guarniciones romanas en Jerusalén, y los colaboracionistas, y tras recibir las torturas encaminadas a conseguir la ansiada confesión, fue absuelto. Sin embargo, de todas las acusaciones que el sanedrín mantenía acerca de su blasfemia, al sostener Jesús que era el enviado del dios hebreo para salvar a Israel, el pueblo por demás, elegido por esa divinidad, de la humillante opresión que el invasor romano ejercía sobre un pueblo profundamente libre, y que no reconocía amo, ni señor alguno. Roma imponía su yugo con carácter de una dominación imperialista sin paliativos. Al tiempo que convertía a los autóctonos en una especie de ciudadanos de tercera dentro de su propio territorio, al irse imponiendo una especie de cleruquías. Los zelotes, grupo fundado por Judas el Galileo poco después del nacimiento de Jesús, habían tomado para sí, tras la desesperación propia de una falta de liderazgo político, y de escasos recursos militares y bélicos, al carecer de la maquinaria de guerra adecuada para enfrentarse a las poderosas legiones romanas, la función más esforzada encaminada a la liberación de su país mediante el ejercicio de un terrorismo a ultranza, y bajo la protección del dios de los judíos el tonante Yahvé, al modo de un yihadismo sionista. La cosa se torció con la detención del activo grupo liderado por el Galileo Jesús de Nazaret. Durante el interrogatorio ante Pilatos queda, como dijimos, descartada, por carente de interés alguno, la imputación acerca de la blasfemia como usurpador mesiánico. Al final, Jesús es condenado por el Sanedrín por blasfemo, exigiendo una pena de muerte en la cruz, prefiriéndolo como víctima, sobre el criminal Barrabás durante aquella pascua judía, que permitía elegir a un preso para su liberación. Pilatos, que de alguna manera había perdonado al reo, al no poderse probar con rigor judicial los hechos terroristas que se le imputaban, desesperado ante la cabezonería del tribunal religioso judío, lo entrega en manos de ese fanático Sanedrín, quien exige de Roma la crucifixión del reo por los cargos de blasfemo recalcitrante. Los agentes romanos vieron en el Galileo Jesús, además de las bobadas doctrinales propias del Sanedrín, a un loco y borracho, al quien solo se le ocurría decir disparates escatológicos y mesiánicos, acerca de su divinidad, qué como un nuevo Hércules, heredaba de su dios padre Zeus-Yahvé, y que movían a la hilaridad, y aún a compasión a todos los presentes romanos, bien descreídos de tales cosas, y más aficionados a las armas que a semejantes delirios, propios de gentes fanáticas, y creídas de su supremacía sobre los demás pueblos, basado todo en aquella leyenda abrahánica de la torah, inserta en el agravio comparativo más desproporcionado, como aquel de considerarse el pueblo elegido de dios. Peligrosos disparates y soberbias que los judíos ortodoxos mantienen en la actualidad, y que les han llevado a situaciones límite que todos conocemos. Continuará. Eduardo Fernández Rivas Lugar de Fiunchedo-Sada, 01-04-2015 El cuadro: "Jesús ante Pilatos" del Tintoretto

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