jueves, 12 de enero de 2012

REYES MAGOS

"MATERNIDAD EN SOL"
Óleo s/lino
Autor: Eduardo Fernández Rivas
Año 1985
UNA DE REYES MAGOS

TIRÍDATES REY DE ARMENIA Y SU COLORIDA PROCESIÓN A LA ROMA DE NERÓN


Año 66 de nuestra era. Roma y su inmenso imperio era gobernado por el histriónico Nerón, antes Lucio Domicio Ahenobarbo.
Roma y su emperador, así como toda la sociedad romana, en todos sus niveles, esperaban la entrada en la metrópoli de la gran procesión oriental, procedente de Partia y del reino de Armenia. Dicha caravana estaba liderada por su rey, Tirídates, hermano de Vologeso rey de los partos. El esplendor de tal comitiva había deslumbrado a todos aquellos pueblos y ciudades por los que había discurrido desde la lejana Armenia. Tal era su colorido, y tanto el número de participantes, entre soldados, jefes, rey y su corte, magos y demás parafernalia, tan del gusto del exagerado oriente, que por donde pasaba aquella exótica caravana, despertaba la admiración más alucinante.
El general Cesennio Peto había sido derrotado en Armenia y sus legiones, la cuarta, la quinta y la duodécima, dispersadas, así como los ejércitos aliados del Ponto, Capadocia y Galacia. Con sus hombres llorando, desarrapados, y muertos de hambre, fueron recibidos por el general Corbulón. Después de negociaciones con Roma, la ciudad de Tigranocerta sitiada por los partos, al mando de su rey Vologeso, se abandonó el asedio, y Tigranocerta, defendida por Corbulón reducido quedó libre. Aunque la derrota inflingida por los partos al romano, fue vendida en Roma como un triunfo que Nerón celebró, después de aquellas negociaciones, en las que Vologeso, rey de los partos, y su hermano Tirídates, pretendiente al trono del reino de Armenia, y por decisión propia, decidiesen firmar una paz con el emperador Nerón, si este aceptaba la coronación del armenio. Quedando el reino bajo protectorado romano. Tigranes, el rey de Armenia, y hermano de los anteriores, entronizado por Roma, tiempo atrás, había sido depuesto por excederse atacando territorios fuera de su jurisdicción.
Cuando el mensaje de sometimiento llegó a Roma, el emperador lo firmó lleno de júbilo, accediendo a que Tirídates, de la dinastía de los Arsácidas, se presentase en la capital imperial para recibir del emperador, y con ello confirmar, la investidura de manera legal, pública y senatorial. Tirídates, lo único que quería era reinar aunque fuese como títere de Roma. Indignidades propias de reyes y demás tiranos. Lo mismo que los monarcas constitucionales, que lo que quieren es ser reyes como sea, “que me dejen reinar aunque sea un poquito” debiera ser la máxima de sus blasones.
Bajando desde el nordeste, y tomando la vía Flaminia, aquel desfile etnológico, cada vez más, por novedoso al entrar en la Europa más austera, subyugaba a cuantos tenían el placer de contemplarlo. Algún anciano largamente centenario recordaba, influido además por la tradición oral, y aunque de manera muy lejana y confusa, la exótica flotilla de Cleopatra VII, que remontando el Tíber se dirigiera hacia Roma, alrededor de un siglo antes. La imperiosa reina de Egipto con la comitiva real que había arribado al puerto de Ostia, y que río arriba se dirigía hacia la metrópoli, jamás había podido entrar en la ciudad, ya que las leyes de la entonces República Romana, no permitían a reyes o reinas traspasar los muros de la ciudad como tales. La austera república romana abominaba de reyes y emperadores. Los consideraba gobiernos injustos, propios de tiranos y déspotas. La memoria histórica comparaba los dos episodios como algo similar, un deslumbrante y exótico carnaval de campanillas y caireles.
Pero, de la enorme procesión de Tirídates, rey y sacerdote zoroastriano, lo que más impactaba, y mayor recuerdo dejó, fue sin duda, el equipo de aquellos magos-sacerdotes de oriente, que acompañaban al séquito de Tirídates, y quienes con sus trucos y artes de magia, cosas que no paraban de realizar delante de un público numeroso y admirado de tales maravillas en las villas, pueblos y ciudades que atravesaron antes de llegar a Roma. Fueron ese tipo de funciones lo que más había llamado la atención. Durante decenios aquellos espectáculos de magia, nutrieron las nostálgicas conversaciones de emperadores, de reyes, de plebeyos y de esclavos. Nadie hasta entonces, desde Cleopatra VII, al menos por aquellas latitudes, había contemplado cosa igual. Un circo de oropel, deslumbrador, extravagante y peregrino.
Roma; centenares de miles de romanos y su emperador, recibieron en triunfo la comitiva espectacular del rey-sacerdote Tirídates. El armenio, después de ser despojado de su corona, ceñida desde un año antes en su capital, fue investido por Nerón, con la diadema que Corbulón había recibido en Rhandeia. El grandioso espectáculo, tras el éxito clamoroso, y a petición popular, hubo de reproducirse en el teatro de Pompeyo, con Nerón enteramente vestido de oro. Según Suetonio, un espectáculo digno de los fastos teatrales a los que el emperador era tan adicto. Debido a esa paz, que de alguna manera dejaba a todo el imperio sin problemas bélicos en las fronteras, el templo de Jano fue cerrado.
Allá por el siglo II de nuestra era, y sobre todo durante el IV y el V, extenso período en el cual se configura el cristianismo oficial, es cuando la secta cristiana ya muy extendida, aunque variopinta y a veces exótica, necesita dar forma y sustancia a su inane mito. La jerarquía, encarga entonces, y mediante concurso, a escritores propios, una historia creíble, en torno al mítico maestro de Galilea, que sostenga ese mito, basado en la crucifixión de un tal Jesús, uno de tantos judíos crucificados. Ya sabemos que algunos de esos autores, al dejar volar un poco más su fantasía, su obra fue desechada, perseguida, y tratada como apócrifa o falsa, al no servir a los oscuros intereses que se buscaban. Uno de los matices más luminosos del inicio de la fábula cristiano católica, es sin duda, aquel de los tres reyes magos llegados de Oriente, para rendir culto a su señor, el divino infante Jesús. También Tirídates rey oriental y con sus magos, vino de oriente a Roma a rendir pleitesía ante el rey de reyes, Nerón. Era el emperador, entonces, como la divina encarnación que procuraba el bienestar de la ciudadanía, el dios vivo que recibía culto divino en su propio templo. Para mi resulta innegable, como para muchos historiadores y escritores de mayor enjundia que yo, que el mito cristiano de los reyes magos, tiene su origen en este hecho de la marcha hacia Roma de la magnífica y excéntrica procesión de Tirídates, que proveniente de oriente hechizó a todos, quedando como algo indeleble en el recuerdo. Algo repetido y magnificado por las generaciones posteriores, y a lo que los evangelistas, insertos en aquella sociedad, educación y tradiciones, no habrían de ser ajenos. Vemos, de esta manera, como se ha utilizado un hecho real, manipulándolo como en otros muchos casos, al antojo de los intereses de una secta religiosa, en este caso la cristiana. De todas maneras, únicamente en Mateo se habla someramente de esta visita, aunque habla de casa y nunca de un pesebre. Por otro, lado la iglesia romana maestra en interpolaciones, posiblemente alteraría el evangelio de Mateo para dar justificación a esa fábula regia de la visita a Belén.
Me imagino que si la Roma de ese momento, en vez de ser imperial, fuese republicana, como lo era durante el momento de la llegada de Cleopatra VII, nunca un credo monopolizador y vacuo como el cristiano, hubiese sido posible. Si a Cleopatra, la última representante de la macedónica dinastía Ptolemaica, aún después de la enorme rabieta al no ser recibida en Roma intramuros, y su fastuoso palacio construido asimismo, extramuros, provocó su ira, retrasando la visita del apurado Julio César, no le permitieron aquellos juegos florales, (la triunfal entrada de Cleopatra en Roma es creación de fantasías cinematográficas y de cuentos sin medida. Nunca fue cierta, tal como se nos ha querido contar) propios de chamarileros y funambulistas regios, tampoco a Tirídates tal cosa se le hubiese concedido. Cosas y disparates de reyes y de cristianismos católicos y fastuosos, siempre aliados, más bien propias de circos y teatros, así como de fantasías desproporcionadas, que gracias a circunstancias muy singulares fueron, para nuestra desgracia, puestas en práctica y obligándonos, entre reyes e iglesia, bajo pena de tormento y muerte, a creerlas de rodillas y mirando al suelo, castigados sin culpa, como tristes y sometidos pecadores suplicantes.

Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo: 17-12-2007