martes, 31 de marzo de 2015

EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ

La Última Cena, una cosa chusca y amañada 2 II En el Huerto de Getsemaní detienen al maestro del grupo, refugiado entre el abundoso y espeso ramaje de aquellos añosos olivos. A la salida del figón donde se celebraban los cenáculos conspirativos, y tras ser advertidos los comensales de que la policía nocturna venía a por ellos tras una delación, fueron saliendo por separado. Cuando ya la mayoría de ellos estaba en la calle, salía Simón Pedro, el segundo del grupo en responsabilidad. Dejaba el lugar prácticamente de último. La policía romana ya había requerido a algunos de los dispersos las respuestas de un trasnocheo prohibido por el prefecto Poncio Pilatos. Aunque todos ellos, y por separado, fueron negando su pertenencia al grupo declarado terrorista por las autoridades romanas, y capitaneado por un tal Jesús el Galileo o Jesús de Nazaret, por ser oriundo de ese pueblo, poco a poco, con una noche tan movida, las gentes se asomaban a las ventanas por ver que era tal alboroto. Los propios del grupo se fueron acercando al huerto de los olivos, lugar habitual de encuentro, y destinado a reuniones furtivas cuando la cosa pudiese complicarse. Allí, entre matojos y abundantes ramas, encontraron al maestro escondido. La traición de uno de los suyos, el llamado Judas, había sido demoledora. Sus buenas monedas cobró el traidor. No había acudido a aquella cena que habría de ser la última. Ni tuvo los reaños suficientes como para presentarse sabiendo lo que había hecho. Y que posiblemente su nombre ya estaría más que publicitado entre los corrillos de la policía romana, entre cuyos componentes estaba incluido un número sustancioso de colaboracionistas judíos. El Sanedrín, pactando con el prefecto de Roma, e implicado en la búsqueda, probablemente estuviera ya al tanto de la situación. El caso es que cuando los romanos llegan al huerto de los olivos, ya una barahúnda de gentes alcanzaba también el oscuro y frondoso lugar. Jesús al ser requerido por su nombre para que se identificase, aún tardó en dar el paso. Muchos, para protegerlo, decían ser Jesús. Judas con el ósculo de saludo lo identificó. Fue al único que besó. Era la señal acordada con los agentes y miembros del Sanedrín. Al tratar de detenerlo, tanto sus compañeros de grupo, como la mayoría de aquellas gentes allí concitadas, lo rodearon para protegerlo y que de tal manera pudiese huir. No fue posible. Agentes del Sanedrín, implicado directamente en la búsqueda y detención del Galileo, le ataron las manos, ya que el presunto reo, gritaba como demonio tales disparates como aquel de que su padre moraba en los cielos, y otras barbaridades y despropósitos similares. Pedro sacando su escondida sica, y en un acto de furia incontenida, corta la oreja de un siervo del sumo sacerdote Malco. ¡Todos a la prevención! Aquella noche, otros grupos independentistas, sabiendo de lo ocurrido, se cerraron en si mismos, y durante muchas semanas, o quizás meses, abandonaron sus actos cruentos contra la policía romana en sus recorridos nocturnos. El maestro fue llevado, según el evangelio de Juan, ante Caifás, después de acercarlo primero a la casa de Anás, suegro de Caifás, sacerdotes del Sanedrín. Los testigos comprados resultaron confusos, y el juicio fue declarado nulo. Pero la cosa ante Caifás se puso ya al rojo cuando este le pregunta que sí él era el Mesías. – ¡Tú lo has dicho!- respondió Jesús. Ante tal blasfemia el sumo sacerdote Caifás se rasga las vestiduras. Los miembros del Sanedrín escarnecen a un reo quien entre los disparates pronunciados, olía a vino de manera escandalosa. Continuará. Eduardo Fernández Rivas Lugar de Fiunchedo-Sada, 31-03-2015 La foto es el Huerto de Getsemaní en la actualidad

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