sábado, 31 de julio de 2010

EL GATO; UN TIGRE DOMÉSTICO

EL GATO; UN PEQUEÑO TIGRE EN LA CASA

Ha llegado a mis oídos recientemente, la presión cruel e inhumana, y además injusta, que algunos vecinos de Sada ejercen sobre ciertas almas caritativas, a imagen de San Francisco, quien se consideraba hermano de todos los animales. Tratan, esas personas, en alianza con la sociedad “Gatocan”, de ayudar a los infelices gatos vagabundos de un barrio de la villa, concretamente el barrio de “As Brañas”, ofreciéndoles comida y otros cuidados. Teniendo estas personas que socorrer al felino, casi a escondidas, como si fuesen delincuentes. Es una vergüenza que ocurran estas cosas. Sabemos además, que este animal tiene la propiedad, casi única, cuando es acariciado por personas enfermas de nostalgia y abatimiento, de absorber el problema y transformarlo en algo positivo. Es por lo tanto, el animal adecuado para la compañía de personas mayores, y de todas aquellas que vivan en la soledad y la tristeza. Este animal, debido a su independencia y autonomía no es, por otra parte, carga molesta, ya que no necesita de una dedicación exclusiva.
El gato, el animal más misterioso y sagrado de la antigüedad. El gato que llamamos común, el más abundante por nuestras latitudes europeas, es el gato egipcio, traído desde Egipto, cuando este país era el granero de Roma, debido a sus tres abundantes cosechas de trigo al año. Las naves romanas, cuando arribaban al puerto de Ostia, en la desembocadura del Tíber, con su carga de cereales, solía esta, estar en unas condiciones lamentables, ya que los ratones que invadían esas grandes barcazas de carga, se dedicaban durante la prolongada travesía a comer la preciosa materia entre la que además, anidaban, con el daño que ello causaba. La solución a tales pérdidas y desastres, fue la introducción del gato egipcio en las naves. De esta manera, los roedores ya ni pensaban en subirse a los navíos, sabiendo el peligro gatuno que les esperaba, además durante una travesía que duraba semanas, y todos encerrados en esos barcos.
El gato egipcio, adorado y mimado por aquellas antiguas gentes, era, además de sagrado, lo era más bien la gata, llamada Bastet, la gran diosa del norte, con casa y gran templo en Bubastis, en el Delta del Nilo. Era una diosa del hogar, amiga de la mujer y favorecedora de la limpieza de los hogares, de todo tipo de bichería que tratase de entrar en las estancias. El gato era además monopolio regio, teniendo el faraón, el privilegio único, de ofrecerlo como regalo de valor incalculable, a alguno de los altos dignatarios que en visitas institucionales y embajadas, hacían al poderoso monarca del país del Nilo. Estaba terminantemente prohibido el sacarlo de Egipto, bajo penas muy duras para quien, o quienes, permitiesen que el amado animal, saliese del país.
Las representaciones de este hermoso y cariñoso felino, una especie de tigre a pequeña escala, adorno incomparable de la casa, son muy abundantes entre la iconografía del Antiguo Egipto. Todavía hoy, y como algo ancestral, en ese país no se consiente a nadie maltratar a estos animales. Si algún turista se sintiese molesto, debido a la visita de algún gato, que ronroneando pidiese comida, por entre las patas de la mesa del restaurante, que ni se le ocurra al extranjero, insultarle o hacerle gestos violentos, pues se buscará un grave problema. El amor a los animales, hay que decirlo, es también cuestión de, además de sensibilidad; de cultura. Solo la ignorancia y el patanismo más aldeano, son cómplices detestables del maltrato a estos y a otros animales. Y no olvidemos, que quien maltrata a los animales, maltratará también, y en la misma medida, a sus semejantes.

Eduardo Fernández Rivas
Lugar de Fiunchedo; 30-07-2010

miércoles, 28 de julio de 2010

TAUROMAQUIA Y LOS FARAONES

TAUROMAQUIA EN CUESTIÓN

FARAONES TOREROS

El que yo sea o no antitaurino, que lo soy, por convicción, y sobre todo por solidaridad animal, especie a la que pertenezco, y aún apreciando la calidad estética de la fiesta, que la tiene, y yo como artista no soy ajeno a ello, entiendo también que en mi prevalezca lo primero sobre lo segundo. Cuestiones de estética hay muchas y variadas en las que deleitarse, pero sentir alegría y regodeo en la tortura y muerte de ese poderoso y bello animal, es algo que jamás podré comprender. Quienes con tal espectáculo así disfrutan, tienen solo un nombre y varios calificativos; el nombre: bestias, más aún que ese animal de lidia; calificativos: salvajes, asilvestrados, aldeanos, paletos, criminales etc. No olvidemos que quien es capaz de consentir tales barbaridades, también ha de ser capaz de cometerlas con sus semejantes, ya que su falta de escrúpulos antes tales cosas ya les deja bien definidos.
Y ahora, y por otro lado, diremos que al decir de Goya, el pintor de Fuendetodos, en sus comentarios acerca de las tauromaquias a las que era tan aficionado, dice que la fiesta taurina es traída a España por los “moros” durante la conquista de la península Ibérica, llegando hasta Francia y aún más arriba.
Es bien cierto que los ejércitos y turbas que acompañaban a los mahometanos a través del norte de África, tras la conquista de Egipto, durante el año 630, que deja de ser cristiano, para convertirse al Islam, después de la contemplación de los bajo relieves, y pinturas, en diferentes templos de Egipto, concretamente en el de Medinat Habú, al sur del Luxor actual, en la orilla occidental, perteneciente al faraón Ramsés III de la XIX dinastía, y viendo la cantidad, todavía enorme de esos animales vagar semi salvajes por las marismas del Nilo, y que si bien, durante el período faraónico eran animales únicamente cazados por el monarca, una especie de control de esos animales, en esos momentos una ancestral fiesta taurina reinaba en el país, heredada, aunque sin saberlo, del antiquísimo y ya desaparecido período faraónico. Aquí en Iberia, los musulmanes ante la abundancia de esos animales dieron también en continuar la costumbre, que poco a poco, resultó en la más elaborada y conocida, fiesta taurina al uso desde hace ya algunos siglos, tomando carta de autenticidad en nuestra patria. Los moros, durante su mandato y reinados, la llevaron desde el sur, pasando por tierras del Moncayo y el condado de Cataluña, al menos hasta la Camarga francesa; Arlés, Nimes, Béziers. Tierras todas ellas, bajo influencia y dominio musulmán durante muchos años. No hay noticias de que tal fiesta tuviese asientos durante los períodos celta y romano, ni en los reinos visigodos. Nosotros, ya elaborada como la conocemos, la llevamos al continente americano, pero eso, ya es otra cosa.
Debemos decir que ciertamente, los faraones eran toreros consumados, y que durante las fiestas jubilares, celebradas en origen, cada treinta años de reinado, con la función explícita de demostrar que sus fuerzas todavía seguían incólumes, al torear a tan fiero y robusto animal engañándolo con un trapo rojo, para luego agarrándolo por los cuernos, retorcerle el cuello, derribarlo, y así desnucarlo. Era entonces, cuando el rey continuaría siendo el señor y dios vivo de Egipto. De lo contrario, y si salía vivo del enfrentamiento, sería destituido y otro heredero más capaz y fuerte, subiría al trono.
La caza de este animal, era asimismo, cosa personal e intransferible del rey, lo mismo que la caza del león tan abundante en las bahías desérticas cercanas a las frescas riberas del gran río. Dos animales poderosos que simbolizaban la fuerza genética del macho, y el poderío incuestionable de sus potentes músculos. El león y el toro, cuando por necesidad nutricial del primero, se acercaba a las acuosas y fértiles riberas, con la intención de saciar su apetito, hincando sus poderosas mandíbulas en los cuartos traseros de estos animales, o de sus hembras y becerros, el toro, sin duda, ponía al melenudo del desierto en fuga. El enfrentamiento entre tales potencias no pasó desapercibido por las primeras tribus que poblaron aquellos parajes, convirtiendo así tal espectáculo, en la piedra angular y propia del corajudo tronío faraónico. Tras la desaparición faraónica, la fiesta antes regia, desciende, y se convierte en fiesta popular, tal como la invasión musulmana la conoció, y hasta aquí la trajo. Todavía hoy en Egipto, en Luxor, en verano se celebra la fiesta del santón Habú Hagag, en la que cuyo número más destacado, es el paseo por las calles de una barca a hombros, ancestro del paseo de la barca, de las fiestas del dios Amón. Aunque los islamizados luxoritas actuales no lo sepan.
Y no hablaremos del toro en la Creta minoica y el baile femenino de una acróbata sobre los lomos del animal, sujetado por la cornamenta por un especialista y buen mozo. De toros y sus envidias propias del macho humano, podríamos estar hablando horas y semanas. Pero, únicamente concluir diciendo, que todo lo aquí descrito está muy bien para aquellas épocas tan remotas, pero a día de hoy parece un ancestro más que anacrónico. Todo ello independiente de la cuestión catalana, que a nadie se le escapa, que es de intención identitaria, y lo peor, de desprecio a una fiesta llamada española, por lo cual, unos cuantos catalanes tratan de diferenciarse. Creen esos cuatro que arrastran a otros muchos ingenuos, en su chauvinismo que son mejores que el resto de los españoles.
Tonterías y bobadas. La fiesta debe suprimirse cuando, haciendo un referéndum nacional, es decir, de toda España, se decida por mayoría esa supresión que a mí, personalmente, me agradaría de manera profunda, y a los toros más.

Eduardo Fernández Rivas
Lugar de Fiunchedo; 28-07-2010

domingo, 25 de julio de 2010

LA MONARQUÍA Y EL CLERO

AÑO SANTO JACOBEO O LA SANTIFICACIÓN DE LO INANE



Los reyes, tras la misa solemne, saliendo de la catedral de Santiago de Compostela, en el día grande de Galicia en este año de 2010. Es patético ver como la gente apiñada trata de tocar al monarca como si estuviese investido de alguna propiedad divina que cure los males y procurase, al suplicante, la obtención de alguna prebenda.

¡Qué vergüenza! Un pueblo totalmente aldeano que todavía, por lo que se ve, no ha salido de la Edad Media, rindiendo vasallaje a un monarca como en tiempos remotos y que conviene no olvidar, para jamás repetirlos. Vasallos sin número es lo que suele verse cuando unos anacrónicos monarcas salen a la calle, o a la ventana de las apariciones, con la finalidad de presentarse ante los súbditos que les adoran; sin saber que aquellos no son más que sus saqueadores con una función de gobierno aparente, por lo tanto inane, aunque procuradora de infinitos beneficios que aseguran la fortuna de unos desaprensivos coronados, que ni ellos mismos, ante tanta estupidez, salen de su asombro, (se lo noto al rey en el rostro, lo mismo que a su mujer).

Tanta adulación y peloteo, tanto en una sustanciosa parte del pueblo, como de innúmeros políticos, resulta una agresión a las mentes e inteligencias mejor amuebladas. Un montón de parásitos, entre clero y monarcas, que semejaban un circo de oropel, perteneciente a un pasado desgraciado y abominable.

Reyes y clero; los sempiternos verdugos de los pueblos, de nuevo aclamados por las víctimas, ¡y en los tiempos que corren! ¡Vivir para ver esto!, es realmente triste. No resulta serio. Las democracias, y las repúblicas más adelantadas y asentadas, asisten estupefactas a la estupidez de un sector muy amplio de la sociedad española, que embobada cree ver en esos simulacros de gobernantes casi a su dios y a su salvación. ¡Qué pena! Llegar hasta aquí, después de todo lo pasado en este infeliz país, y tener que sufrir este tipo de bofetadas. Y ya bromeando tristemente, un club de jacobinos, viendo lo que se ve, era lo que este país necesitaría para poner fin a despropósitos, que resultan además, muy gravosos para las arcas públicas, es decir, para todos nosotros.

Eduardo Fernández Rivas
Lugar de Fiunchedo; 25-07-2010

LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA

LA BISOÑA DEMOCRACIA ESPAÑOLA Y SUS POLÍTICOS

“VIVIR A LO GRANDE Y SIN DAR GOLPE”

La bisoñez y la juventud adolescente, siempre fue causa de confusiones y decisiones, pocas veces acertadas, debido, entre otras cosas, a la falta de madurez, y por ende la inexperiencia más palmaria, y aún comprensiva en todo ser.
Pero, si en todo individuo, esta situación resulta ya conocida, y por lo tanto, puede comprenderse y dejar que el tiempo, como cura natural, actúe; pudiendo tratarse por diversos medios, cuando en alguien se presente dificultosa en extremo, hasta el punto de poder arruinar un futuro.
Sentadas estas bases, y llevando la cosa al punto que nos interesa, que ha de ser la bisoñez de la democracia española, diremos, que aunque se oyen voces arguyendo de su ya bien clara madurez, yo, después de escuchar comentarios directos de personas bien cercanas que se dedican ya, al mundo difícil de la política, algunas de ellas, del ámbito local, y otras de más enjundia territorial, y por tanto de jurisdicciones más amplias, quienes dicen soto voce, que el único interés que les mueve, desde el momento de la reflexión que les llevó a ese mundo, era aquél de “vivir a lo grande y sin dar golpe”. Y yo diría más, como los catetos y mediocres de toda laya: “darse pote”. Palabras textuales, manifestadas en la confianza con el interlocutor, de varias de esas personas. Al tiempo de conseguir contactos para colocar a los suyos; familiares y amigos, para vivir de la misma manera, y prolongar esa regalía aún después de terminado el período de los cargos. Pensiones más que sustanciosas hasta la muerte. El excesivo apego a la poltrona, basado en los periodos legislativos sine die, confirma esa intención. El ejercicio ético de la política se basa, entre otras cosas, en ceder el cargo a la mayor brevedad, no más de dos legislaturas, a otros. En la antigua República Romana era por un año, y aún así, la corrupción reticular y clientelista, resultaba escandalosa. Toda la ciudadanía tiene derecho a ejercer su tiempo en política, pero aquí, una vez que lo atrapan, ya no permiten entrar a nadie. Todo resulta de una desvergüenza y un descaro sin paliativos. Tras la previsible debacle urbanística española, debido a su desmesura profunda, creadora de nuestra desfondada y particular crisis, con los antes prepotentes y arrogantes promotores y constructores, hoy insertos en el patetismo más desgraciado y penoso, resulta bien claro que detrás de la mayoría de aquellos turbios negocios, estaban un número infinito de alcaldes, concejales, y todo tipo de políticos de diferente nivel, quienes se han enriquecido de manera desmedida y corrupta, cobrando sobornos millonarios durante el desempeño de sus cargos públicos, sumiendo tras la crisis, en la ruina a esos sus beneficiarios, quienes, inocentemente, sacaban aquellos recursos con los que satisfacer la codicia de esos politicastros, de los peligrosos y agobiantes créditos bancarios, en la infantil creencia de que sus amigotes de poltrona, les apoyarían, después de haberles untado bien, en todas sus empresas y negocios.
La cosa, como ya sabemos, no resultó así. Los “políticos” de baratillo, desleales y avariciosos, como era de esperar, les han abandonado. Con esos dineros a buen recaudo en sus villas, casas o chalés, en los que figura, para más desfachatez, en la fachada de algunos, el cartel de una empresa de seguridad, como torpe advertencia, no de que el ladrón no entre, sino más bien manifestando, que allí, en ese interior, se encuentra escondida, al fisco y a la justicia, la fortuna tan indignamente adquirida. Se atreven, además a decir: “ya lo tenemos todo”. Resulta vergonzoso y ofensivo, el tener que escuchar tales cosas, propias de gentes aldeanas y sin mientes, y además con gesto de satisfacción y burla.
Estas, señores y señoras, son las frases que a lo largo de toda España se repiten sin cesar. Después de todo lo dicho, y podríamos entrar en otro tipo de cuestiones, mediante las cuales, se vería fácilmente que la política española, ni es madura ni honesta, ya que de ser así, sus cargos, y aún los novicios y aspirantes, estarían ya formados, y aún por tradición y costumbre, en un comportamiento ético y de servicio al país, pueblo o ciudad. Como vemos, muchos de sus miembros, que son los que hacen que la política y la democracia de nuestro país, sea infausta, debieran ser investigados con más fruición y dureza. Esos carteles de empresas de seguridad, insisto, manifiestan abiertamente la posesión de fortunas sospechosamente adquiridas. Con sus sueldos de concejal y otros, jamás podrían comprarse tales viviendas ni otras cosas. Todos los concejales de urbanismo de los últimos años, en nuestro país, así como sus jefes y compañeros, debieran ser estrechamente investigados.
La democracia española, de momento, es imberbe, torpe, y lo que es peor, permisiva con la mayoría de esos estafadores, y que además, todos, en los pueblos y ciudades, sabemos quienes son. Muchos representantes de la justicia, hay que decirlo, también ha comido en el mismo banquete de la corrupción durante estos años pasados de euforia urbanística, de ahí su laxitud, y aún silencio, en este sucio asunto. Pisos, apartamentos, y dinero a golpe de talonario, silenciaron a un número inmenso de jueces, y todo tipo de magistrados.
Nuestra democracia, de momento es una filfa, y una gravísima afrenta a la ciudadanía. No puedo pensar que una democracia madura y experimentada pueda tener tal comportamiento; sería para abominar de ella.

Eduardo Fernández Rivas
Lugar de Fiunchedo; 25-07-2010

miércoles, 21 de julio de 2010

LA IGLESIA CRISTIANA Y LA PROLE

LA IGLESIA CRISTIANA Y LA PROLE

Se les dijo, tras la usurpación y eliminación de todos los credos, después del decreto del año 391 AD, emitido por Teodosio, que la mayor gloria del nuevo dios cristiano, era el recibir cuantos más seres humanos en su paraíso celeste y particular, mejor, ya que él gozaría rodeado de todos sus fieles, hasta allí elevados, tras el tránsito de la muerte. Las criaturas que no se sometiesen al cristianismo quedaban excluidas de tales placeres. Por lo visto, ese dios rechazaba de plano a la gran mayoría de sus hijos, solamente por practicar las milenarias religiones de sus mayores, válidas y respetadas hasta entonces. Siendo sometida esa ingente masa social, tildada de manera ofensiva, de pagana, a la impiedad y apostasía obligadas; cosa que requería el arrodillarse ante el nuevo credo. La obligación de apostatar públicamente, y someterse a los insultantes bautismos multitudinarios, resultaba algo cruel, vejatorio e incomprensible.
En aquellos espacios superiores y prístinos, habrían los fieles, de disfrutar de felicidad eterna en la contemplación única de ese advenedizo dios. Por otra parte, jamás visto por nadie. La mayoría analfabeta y pobre de necesidad, así lo creyó, porque también le convenía. Ningún otro dios, antes, por estos andurriales, se había fijado en la masa humilde y miserable, y mucho menos que se la eligiese como el rebaño preferido.
Los intelectuales de todo tipo, y demás personas, formadas académicamente, sintieron pavor ante tales ofertas y rebajas. Vieron el peligro y trataron de detenerlo de mil maneras. No fue posible, la masa ingente de desarrapados físicos y mentales, aglutinada por las turbas de los llamados parabolanos (gentes sin cultura que creen en cuentos y tonterías, defendiéndolas con el ardor guerrero del fanático como verdaderas), agredían y asesinaban por las calles de Alejandría, que había sido, hasta entonces, un hervidero pacífico de credos, filosofías y sacerdotes, así como de políticos e ideologías de todo tipo, a todo aquel, que siendo interrogado, se negara al bautismo cristiano, y al sometimiento a su dios, admitiendo así, a este credo, como religión, no solo única, si no también verdadera.
Las legiones acuarteladas en Alejandría, destinadas a la seguridad en la gran ciudad, no se movieron, el pretor consideró, que las turbas cristianas eran tan numerosas y violentas, que resultaría imposible el tratar de detenerlas, y erradicar aquellas muertes que se ejercían impunemente por los fanáticos cristianos, mediante apaleamiento y lapidaciones in situ.
Tomado ya el poder definitivamente por aquella muchedumbre enloquecida y fanática, liderada por el vesánico obispo cristiano: Cirilo de Alejandría, y ya establecido el orden a su manera, se comienzan a erradicar aquellos tratamientos médicos que pusieran en peligro la prevención de nacimientos o la interrupción de los embarazos.
El laserpicio o silphium, un anaovulatorio, ya bastante escaso, debido a su utilización desmedida, debido a sus maravillosas propiedades medicinales, y al tráfico que los cartagineses hacían de aquella planta, y que además, tenía la caprichosa naturaleza de no soportar bien el transplante, dándose casi exclusivamente en Cirene, fue ya perseguida a muerte. Toda la saña que los sacerdotes del nuevo credo pusieron en su destrucción, consiguió la erradicación absoluta de lo poco que quedaba.
Entre las más que abundantes aplicaciones, culinarias o medicinales, que aquella especie de Hinojo gigante poseía, estaba la de una sana y fácil contracepción, y cuando era necesario, también la interrupción de un embarazo; no deseado por múltiples causas. Plinio el Viejo, estudiante de botánica, entre otras muchas disciplinas (23-79 AD), y conocedor del regalo que a Nerón se le hizo de una planta de silphium (laserpicio), nos habla de esta especie botánica, que él estudió, con todo detalle, haciendo hincapié en su mayor virtud, dirigida a un control de la natalidad. Petronio (muerto en el año 65 AD), e su obra: “El Satiricón”, hace una clara alusión al laserpicio, cuando en la cena de Trimalción, un egipcio entona la canción del “mercader de laserpicio”.
Aquellas sociedades, educadas y formadas en tales libertades y hallazgos médicos brillantes, y seculares varias veces, se vieron de repente, obligadas a renunciar a todos los beneficios de esa planta, y de otras muchas cosas, como son la libertad que da el acceso al conocimiento que conduce a la sabiduría, y por ende a conocer y defender tus derechos con valentía y dignidad, arrancadas tras la práctica del nuevo, involucionista, y esperpéntico credo.
Lo bueno era, según esa impuesta religión por decreto imperial interesado, el tener hijos hasta cansarse. La práctica de la cópula, únicamente dirigida a la procreación. El placer que produce, condenado. Sencillamente el sentirlo y disfrutarlo, aunque fuera por despiste o dejadez instintiva, era condena a los infiernos. Dios lo exigía, condenaba lo que él mismo había creado, y los nuevos sacerdotes se encargaban de que tal exigencia se cumpliese. Cuantos más hijos más miseria, y cuanta más miseria y pobreza, menos estudios y formación. Sociedades de un número infinito de fieles, sin calidad ni coraje era lo que aquel cristianismo defendía y buscaba. La infinita cantidad numérica sin calidad alguna. Sociedades sometidas y silenciosas. El crimen más grande jamás cometido contra la humanidad, allí por donde esa casta de sacerdotes cristianos tuvo poder. Cuantas lágrimas han derramado las gentes de bien e inteligentes, durante estos casi dieciséis siglos que dura esta vergüenza y esta humillación ¡Cuantas muertes en la hoguera, torturas, y todo tipo de vesánicas crueldades, en nombre de un dios, que al igual que los precedentes, nadie vio! Crímenes de lesa humanidad que la iglesia ha cometido durante tantos siglos, y que hoy, si pudiese, volvería a cometer. Que aún en la actualidad, permanezcan sin castigo, resulta incomprensible. Esa religión es una horrible pesadilla que ya dura demasiado. Por lo que vemos y comprobamos, y tras lo aquí expuesto, no hay verdadera justicia en el mundo. Todo es una falacia.

Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 21-07-2010

jueves, 15 de julio de 2010

PERCEPCIÓN DE LO DIVINO EN EL ANTIGUO EGIPTO

REFLEXIONES EN TORNO A LA PERCEPCIÓN DE LO DIVINO EN EL ANTIGUO EGIPTO



Es innegable que a poco que nos detengamos en la observación de la singular composición del panteón del antiguo Egipto, y en la esencia misma de las múltiples divinidades, o más bien, para los restringidos colectivos sacerdotales de las clases superiores, hipóstasis del Único, que la voz del ser supremo es transmitida a través de la naturaleza, y que esta emite su mensaje, y respira, por los poros abiertos que son todas las especies y sus variantes. Si exceptuamos, claro está, las grandes y poderosas divinidades imperiales, propias de una teología oficial, encaminada a proteger los intereses dinásticos, militares y aristocráticos. Todos ellos en manos de los principales del reino, y que de esa manera impedirían la injerencia de las castas consideradas inferiores, en los diferentes niveles de poder. Así, a salvo de toda contaminación. Únicamente algunos miembros de las clases más humildes, debido a su especial talento, y a circunstancias favorables, ascenderían al sacerdocio, e incluso a la más alta magistratura, el faraonato. Un ejemplo de ello pudiera ser el caso del faraón Horemheb, último rey de la dinastía XVIII. Aunque también es cierto que no fundó ninguna casa reinante. Restaurador definitivo de la ortodoxia amonita, después del final desastroso de la herejía atoniana, capitaneada por Akhenaten y su bella esposa Nefertiti, de una duración de unos catorce años. Un advenedizo, procedente de la milicia, pero eso sí, con el coraje suficiente, y unas circunstancias adecuadas, que le llevaron a “La Gran Casa”. Convirtiéndose en monarca indiscutible. Señor de las Dos Tierras, rey del Alto y Bajo Egipto. El primer Ramsés, también militar y sin sangre real, sería otro ejemplo de lo que decimos. Este además, sí funda dinastía, y tan poderosa como es la ramésida. Ramsés I, este oficial de origen asiático, será el padre del gran Sethi I, quien a su vez tendrá, entre otros, como hijo, al poderoso Ramsés II.

De todas maneras, en los niveles más elevados del sacerdocio, la percepción de una divinidad única, resulta casi indiscutible. Sobre todo, dentro del entorno de la teología heliopolitana. Entre otras cosas, los textos de algunas tumbas, la sabiduría destacada en las enseñanzas de Kagemni, las advertencias del visir Ptahotep (papiro Prisse), y aún en las lamentaciones de Ipuver que pertenecen a un periodo tan remoto como es el Imperio Antiguo, se hace alusión expresa a una divinidad única, emocionada e interesada en las cosas humanas, sobre todo en el comportamiento. Dicen algunas de estas sentencias: “Cuando la previsión de los hombres no se ha realizado, se ejecuta la orden de Dios”, (Papiro Prisse, VI, 9,10) “Si eres respetuoso e imitas a un hombre sabio, toda tu conducta será buena ante Dios”, (íd., VII, 7,8)

También es verdad que el politeísmo desenfrenado y polimórfico, así como el fetichismo más grosero, propio, aunque no determinante, de los periodos intermedios y de las épocas bajas, conviven, sin aparentes conflictos, con las teologías más elaboradas, plenas de un misticismo profundo. De cualquier manera, se desprende de ello una tolerancia y respeto a toda clase de creencias, dogmas y teologías. Solo la sabiduría, asentada sobre bases firmes y empíricas, madre de la paciencia y la comprensión, conduce a tales comportamientos.

El respeto que aquella civilización sabia, mostró por el entorno natural en el que se movió, dejó bien sentado el elevado nivel filosófico y de entendimiento con aquello, que le caracterizó. Nada de su entorno natural escapó al sentimiento de respeto en la elaboración de sus códigos, dando como resultado la divinización de todos y cada uno de los elementos en mayor o menor grado. Comprendieron desde los orígenes que los humanos éramos, solo eso, parte integrante de lo natural. Su grandeza es posible que en parte proceda de haber comprendido aquello. Supieron ocupar su lugar, agrediendo al entorno solo en lo estrictamente necesario. Como ejemplo de ecología mayúscula, diremos que adoptaron el comportamiento feliz e inteligente de adaptar un desastre natural como eran las crecidas desbordantes del Nilo, a sus necesidades. Supieron sacar rendimiento de aquello, convirtiendo una especie de desastre natural y anual en algo positivo y rentable.

Un panteísmo muy singular, exquisitamente trazado y jerarquizado, presidió, en mi opinión, todo el desarrollo de aquella civilización, que con sus éxitos y sus fracasos, asombró, y todavía asombra al mundo.

Egipto, nuestro venerable abuelo, como decía Heródoto, todavía desde la noche de los tiempos, y desde la luz brillante de sus días y de sus hechos, continúa mostrándonos el camino a seguir. El ejercicio continuado y riguroso de la observación, conduce a los creyentes hacia Dios, y al ateo, lo lleva hacia la sabiduría y la verdad.


Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 29-05-2006

domingo, 11 de julio de 2010

LA FE CRISTIANA

LA FE CRISTIANA

Dos mil años de cristianismo, pienso, que son ya más que suficientes como engaño y fraude. Millones de almas fueron, y aún lo son, obligadas; muchas veces con terribles torturas y muertes, a creer en lo inexistente. Por decreto imperial cristiano católico, cosa nunca vista por su contundencia, desde el faraón Akhenaten (Antiguo Egipto, 1353-1336 a.d.C., XVIII dinastía), se decide la supresión de todos los credos habidos hasta ese momento. La crueldad se manifiesta, lo mismo que la soberbia de los nuevos sacerdotes de una advenediza religión. Propia de ignorantes y patanes. Únicamente la jerarquía disfrutará de los enormes beneficios que tal negocio ha de generar, extrayendo de los más humildes, que eran y son la mayoría, todos sus infinitos sueldos y prebendas, a cambio de vacías palabras que ellos, interesadamente, cargan de un significado simbólico, muy estudiado, con la finalidad única de engrandecerse, en un alarde de cinismo incomparable, y convertirse así, en amos y señores de todo el orbe. Que aunque de momento, a tanto no llegaron, a por ello iban y van. Evangelizando, en un agravio comparativo sin precedentes, lleno de satisfacción y envanecimiento, territorios y paises ajenos, que ya cuentan con sus propias y seculares creencias. Sacerdotes hipócritas, sobrecargados de una nefanda lujuria, que mal contenida, y arteramente agresiva, se derrama por caminos incorrectos y perversos, causando a víctimas inocentes y aterradas, generalmente desprotegidas, daños irreparables, debido muchas veces, al respeto reverencial que les tienen, por habérselo impuesto mediante sus reiteradas patrañas ministeriales.
Amón, Osiris, Isis, Enlil, Shamash, Zeus, Artemisa, Apolo o Afrodita, entre otras muchas, fueron también divinidades a las que profundamente tuvieron por ciertas, los más creyentes de aquellos tiempos. La fe pagana también existió durante muchos siglos. Divinidades creadas por cerebros privilegiados, para explicar todo tipo de misterios naturales, a la falta de tecnología y avances científicos que diesen explicación más rigurosa y verdadera. Pero aquello, en su contexto tenía sentido, y servía para satisfacer de un modo intelectual, aunque fuese casi siempre equivocado, la curiosidad por la misma esencia natural y cósmica, repleta de arcanos. Hoy los dioses o dios único, resulta un fraude, la tecnología y los conocimientos e investigaciones científicas nos dan explicación de aquellas cosas, antes de aquella manera entendidas. Todo se vino abajo con aquel decreto, y tras dos generaciones, cayeron aquellas divinidades en el olvido más absoluto. El nuevo credo cristiano, trufado de un paganismo ya inane y puesto en duda, infelizmente involutivo, e interesadamente obstinado, triunfaría, aunque fuese a base de castigos y de hacer churrasco humano con los dudosos, y sobre todo con los relapsos, llamados herejes impenitentes.
Pero como dice alguno de sus libros más sagrados: “El que a hierro mata, a hierro muere”; esta religión caerá con decreto o sin él. La cultura y la ciencia, y aún el estudio del pasado, traerán su desgracia. La caída ya ha comenzado hace tiempo, y resulta imparable. Si se dejó de creer en los dioses antiguos, democráticos por diversidad y atribuciones, sin respuesta por parte de ellos, tan poderosos como se los definía, en este cristiano, único y autócrata, ya que jamás permitió, allí donde ejercía un poder omnímodo, la competencia de creencias, también se dejará de creer. Como la urraca ladrona: “todo para mi”. Su caída es solo es cuestión de tiempo. Una religión tan insolidaria y soberbia no puede prolongarse mucho más en el tiempo, a no ser que las sociedades sean insensibles a la razón y a la verdad, y prefieran continuar viviendo en el engaño más profundo y disparatado que roba a los seres la libertad y la independencia en todas sus facetas. Un crimen de proporciones insondables es esta religión cristiana, o más bien lo que de el mensaje primigenio hicieron los falsos sacerdotes que siguieron la reforma de Constantino, después del edicto de Milán (313), y del primer concilio ecuménico de Nicea (325).
El olor a la carne churrascada del genial filósofo nolano: Giordano Bruno, quemado en la hoguera en Roma, por orden de la inquisición vaticana, el 21 de febrero de 1600, todavía aromatiza con sus quemadas y derretidas grasas, espectáculo que únicamente puede satisfacer a sádicos, enfermos mentales y gentes perversas, el ambiente de tristeza y muerte que oscureció de estremecedoras tinieblas las fiestas de carnaval de aquel luctuoso año, amenizado por los gritos desgarradores del inocente sacrificado.


Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 11-07-2010

sábado, 10 de julio de 2010

GUARDAR LAS FORMAS O EL DISCURSO MELIFLUO

GUARDAR LAS FORMAS O EL DISCURSO MELIFLUO


Estos últimos años, suelen algunos medios, insistir en que los políticos, y por ende todo el mundo, debemos guardar las formas. En uno de estos medios, sobre todo, resulta tan molesta esa exigencia, por excesivamente reiterada, que parece querernos domesticar de tal manera, a través del lenguaje, que así cargan de eufemismos, muchas veces cursis y ridículos, dejando al argumento, prácticamente desposeído de su fuerza, y lo que es peor, difícil de comprender para una gran mayoría social de este país, ya de cierta edad, y cuya formación académica, es más bien básica en el mejor de los casos. Muchas veces es inexistente.

Pero lo que más me indigna, es que ese exigido respeto a las formas, de manera profunda, oculta el que a la clase política y a los poderosos, no se les llame, cuando se lo merecen, con los calificativos adecuados, y de manera clara que todos podamos entender, y con los que la mayoría estamos de acuerdo. No quieren reconocer que nuestro diccionario, además de términos bellos y halagadores, cuenta también con otros que son, por necesidad y justicia, contrarios. Se sienten ofendidos dentro de su excelso ego, riéndose por detrás, a lo mulo y falso, de las tropelías y abusos varios que algunos cometen, y de los que sacan un buen partido. Quieren hacerlo sin que se les llame por su nombre. Y aquí, que quede claro, no hablamos de insultos, que nunca lo serán, si definen con claridad rotunda, ciertos comportamientos a erradicar y castigar.

Y ya para rematar, decir desde aquí, que esas personas que desde los medios exigen ese respeto a las formas, parece que nunca se hubieran leído a los paradigmas históricos de la oratoria y la perfecta retórica. Y me refiero, entre otros muchos, a Demóstenes, quien, en sus admiradas Filípicas, utiliza constantemente contra Filipo de Macedonia, y contra su adversario político, colaboracionista de la política integradora de Filipo: Esquines, hijo de Atrometos de Cotócidas y de Glaukothea, una seguidora activa de los alegres delirios del culto a Dionisos, un vocabulario de una fuerza inmensa, gracias, en ocasiones, a las cosas chuscas, y que con pasión, a veces furibunda, esgrimía contra esos personajes. ¿Y qué diremos, si leemos algunos de los discursos y enfrentamientos, habidos durante años en el tan admirado senado republicano de la Antigua Roma, con protagonistas tan notorios como eran: el golpista Julio César, endiosado destructor de la República; Cicerón con sus exaltadas Catilinarias, implicando abiertamente a César en aquella torpe conjura de Catilina; Catón de Útica, llamado el Joven, y tantos otros? Su verbo encendido, asustaría a los mojigatos actuales, quienes pretenden interesadamente, domesticar nuestra oratoria, condenando a la reducción del diccionario a su mínima expresión, y al orador, escritor, o comentarista, a cargar de melifluas expresiones sus trabajos, invalidándolos al descargarlos de su fuerza. No debemos olvidar, que la reprobación a comportamientos de tal o cual nivel, deben tener la respuesta adecuada, y en ella, de manera incuestionable, se dispondrá el discurso con un léxico, en el que se han de incorporar los calificativos necesarios, y con la fuerza suficiente, nadie habla de insultos, aunque el insulto, en verdad, es ya aquel comportamiento inicuo a quien se dirige el orador, periodista, o comentarista. La justicia en este país resulta tan injustamente lenta, que en ello pretenden camuflar, y que se olviden, o se minimicen con el paso del tiempo, los asuntos a considerar. Toda una trama que lleva a decir que nadie es culpable, sin haber sentencia judicial en firme. Esto resulta insultante para el sentido común, y por ello para las gentes de bien, aunque no hayan opositado a cargo judicial alguno. Los tiempos de la justicia son unos, calculados, según interese, arteramente, cuando de poderosos se trata, y los de la sociedad, enterada probadamente de lo que sucede, son otros. La justicia oficial jamás debe situarse soberbiamente, como lo hace, por encima de la justicia que haga la sociedad. Debemos descargar a la justicia, al menos en este país, de unos privilegios obsoletos, que la incapacitan muchas veces, para un ejercicio judicial verdadero y justo.

¿Por qué no se le puede llamar, por ejemplo, majadero al Papa, si alguien así lo considera y lo argumenta? Que corten el discurso de un oyente activo, en un medio, por tal cosa, me parece algo tan surrealista que mueve a reírnos y escandalizarnos, del mojigato periodista encargado de ese programa.

Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 02-07-2010

viernes, 9 de julio de 2010

FRANCO EL GOLPISTA Y EL 18 DE JULIO DE 1870

18 DE JULIO DE 1870 Y 18 DE JULIO DE 1936

Recordando la fecha del golpe franquista del 18 de julio de 1936, no se nos escapa la intencionalidad, y precisa elección de la misma. Si fue el 18 de julio del año de 1870, durante el Concilio Vaticano I, cuando se proclama la infalibilidad del Papa, como dogma divinamente revelado; Por lo tanto incuestionable, al menos en materia cristiana, siendo por ello, infalible cuando habla ex cathedra. También el golpe militar de Franco, con resultados tan abominables y sangrientos, estaba amparado por la iglesia, quien habría de determinar fecha tan significativa.
Si para el líder de los cristianos más fanáticos y fundamentalistas; los católicos, esa fue la fecha elegida por revelación extrasensorial, como la idónea para su pronunciamiento de infalibilidad, así mismo, la iglesia que habría de proteger al golpista Francisco Franco Bahamonde, otorgándole también, debido a la elección tan buscada de la fecha, la infalibilidad y justificación como una santa cruzada, del sangriento golpe contra la Segunda República Española, y por ende, a toda la sociedad de un país que desde hacía cinco años, se había dotado de tal sistema político, en un alarde de modernidad y progresismo.
El golpe de estado a Franco le salió torcido como era él, por prolongado y sangriento. Pero la Iglesia Vaticana, y el ya pujante nazismo hitleriano, aliado con los fascistas italianos con Mussolini a la cabeza, consiguieron, con su ayuda, bien gravosa para la España que salió destrozada y miserable de aquella guerra civil, que el criminal acto de lesa humanidad, tuviese un cierto éxito, al menos por su prolongación en el tiempo. Cuarenta años de sufrimiento miserable e innecesario, obligado por unos oligarcas criminales e interesados, quienes dieron su apoyo al criminal golpe y al abominable golpista, unos meapilas sin corazón y sin alma. Sufrimiento cargado de hambres de todo tipo, y para humillarnos aún más, con la obligación de arrodillarnos, al menos una vez por semana, ante los iconos católicos en las aburridas e inanes misas dominicales. Las mujeres y niñas con sus velos pudorosos, lo mismo que las musulmanas más sometidas; aquellas a los curas, y estas a sus hombres. ¡Que horror, que historia más vergonzosa y humillante!, y lo que es peor: ¡tan cercana! Todavía, flecos importantes y peligrosos, de todo aquello, se levantan hoy en día, refugiados en un partido político, esgrimiendo como patriotas únicos la proclamación de aquella infausta fecha, y mostrándose, a veces solapadamente, defensores de aquella bandería tan despreciable y sin honor, a la búsqueda del regreso de un Franco resucitado o encarnado, sacrificando, de mil maneras y astutamente, como víctima propiciatoria, a ciudadanos honestos, valientes y de probidad probada; El juez Garzón, tristemente, es una de esas víctimas, ofrecidas en holocausto, a la memoria del criminal dictador, y servida por los sacerdotes ocultos y camuflados de su infausta y negra cofradía, todavía viva y activa. La tan cacareada transición española es culpable de todas estas cosas, ya que jamás fue transición; Imposición descarada de las fuerzas franquistas tan poderosas a la muerte del dictador. Un amaño constitucional, del que obtenemos estos despreciables resultados, ya que el cáncer no ha sido sajado en su momento, exigiendo las sanas y necesarias responsabilidades.

Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 09-07-2010