jueves, 3 de abril de 2008

PEDERASTIA Y HOMOSEXUALIDAD EN LA GRECIA CLÁSICA

UN VIAJE EN EL TIEMPO POR EL EROS HOMOSEXUAL

I


Hoy en día, en que tanto asusta y escandaliza el término pederastia, que etimológicamente, y en aquel entorno, propio de la Grecia arcaica y clásica, debemos entenderlo siempre, como algo dentro de la práctica homosexual entre adultos y jóvenes adolescentes. Los llamados efebos, bellos jóvenes que ya habían remontado la pubertad. Nunca con niños de corta edad, cosa esta que era considerada como algo execrable y duramente castigado. Además no se debe confundir el término pederastia con el de paidofilia o pedofilia. El término griego “paidos”, tiene una amplísima significación. Pudiendo referirse tanto a niños impúberes, como también a los adolescentes entre 15 y 18 años de edad, que es en donde se mueve el ámbito pederástico. Como ya hemos dicho, entre adultos, todavía esplendidos, y efebos. Estos últimos, aunque adolescentes ya consumados, en la flor de la belleza fresca, breve e irrepetible, propia de la resplandeciente juventud, y con más que suficiente capacidad para saber lo que se hace, sobre todo, dentro de una cultura, la griega fundamentalmente, que era, en la Antigüedad Clásica, no solo proclive, sino profundamente respetuosa con ese tipo de relaciones tan privadas e íntimas, alentada además, y promovida, desde algunas importantes instituciones académicas y estatales, e incluso privadas, como luego veremos.

Aquí no trataremos de paidofilia, sino de pederastia, en la que siempre son dos varones los protagonistas, nunca lesbianas, ni otro tipo de mujeres, por la sencilla razón que aquella implicaba penetración anal.

Paidofilia o pedofilia, significa, que tanto hombres como mujeres, adultos, sienten una atracción primaria y enfermiza por niños impúberes. Después de lo dicho, y aclarada la diferencia entre pedofilia y pederastia, debemos comentar que en la Grecia Antigua, y sobre todo, entre las clases más elevadas, no solo era de buen tono el que un hombre adulto y maduro, tuviese por amante a un muchacho, con la edad propia, sino que esa práctica se veía refrendada por instituciones legales de enseñanza, en las que se impartían clases de pederastia, no de pedofilia, generalmente dentro de una paidética, indudablemente refinada, exclusiva de las clases superiores. Entre las múltiples disciplinas docentes, también se les instruía, en aquellas que eran propias de la iniciación a todas las variantes de que la naturaleza dota al diverso y rico ámbito del mundo del eros, e incluso, por aproximación, del sexual.

El ambiente, por otra parte, tan masculino de la palestra, resultaba uno de los lugares más adecuados para los encuentros pederásticos, donde con facilidad, en la contemplación de la belleza anatómica de los boxeadores y luchadores, surgían los contactos pederastas, de amores entre varones adultos, quienes ya habiendo sido adolescentes habían participado como erómenos del amor pederástico, y también los hermosos efebos.

La palestra estaba decorada en suelos, muros y estatuaria exenta, con figuras en mármol de dioses y héroes; Apolo, Heracles, Hermes, pero sobre todo la representación indispensable del dios más antiguo, por el que todo existe, Eros, el amor en estado activo. Divinidad, esta última, a quien los amores pederásticos rendían un culto especial y decisivo.

Todo, créanlo, es nada más que cuestión de creencias, y sobre todo de educación. Si hoy nos escandalizamos de estas cosas, es, por un lado, la falta de preparación académica en ese ámbito, debido a la secular influencia católica en todos los niveles de enseñanza, y por otro, y de alguna manera emanada del anterior, la nefasta santurronería hipócrita de la moral cristiana, fanática de creencias y supersticiones, y ayuno interesado de conocimientos, de la que somos presos desde hace siglos, y por lo tanto, en la creencia de que todo lo que la iglesia cristiana condena o aplaude es verdadero, cuando en realidad, y generalmente, no suele ser así. Permitidas por esa perversa situación que admitió, desde hace ya muchos siglos, a la doctrina cristiana y a sus ministros trufar todos los niveles de enseñanza y de poder políticos, modificando conciencias y comportamientos, se emiten leyes totalmente erróneas y crueles, ya que sus fabricantes viven, casi sin darse cuenta, por educación y tradición, inmersos en un profundo y fanático cristianismo, sobre todo el católico, el más retorcido, fundamentalista, y antinatural, o bien, debido en esos jueces legisladores, al secular peso ejercido por la tradición cristiana más homofóbica, convirtiendo, de esa manera, las erróneas costumbres e imposiciones, en leyes desafortunadas y crueles. Asimismo, médicos absurdos, más sujetos a esa trasnochada moral cristiana, ramplona y mojigata, que a la ciencia que han estudiado, diagnostican, enfermedades inexistentes, que torturan a pacientes sanos y confundidos, camufladas dentro de un cientifismo torcido, y asistidas por tratamientos ultrajantes, nacidos al calor enfermizo de unas tradiciones espurias, insertas en una religión anacrónica, macabra y contranatura. Como nadie tiene la culpa de nacer con unas inclinaciones sexuales u otras, y que además es cosa natural, como aquella de tener ojos verdes o negros, o ser más alto o más bajo, o de raza negra o blanca, y por ello, a nadie hay que culpar. Serán entonces, los padres, desde la infancia de sus hijos, quienes pueden darse cuenta de la orientación erótica de los mismos, por esto, ellos, los padres, son los más adecuados para instruirles en la naturalidad y normalidad de esa situación, sin traumas ni reproches, y enviarles, si existieran, a perfeccionar aquellas inclinaciones naturales, por lo tanto legítimas, a las academias propias. En un país progresista y moderno, ya esos temas debieran impartirse en todos los niveles de educación y enseñanza, de manera gradual, adecuada a la edad de los educandos, dentro de la iniciación al mundo sexual, con la finalidad de procurar, con esa enseñanza abierta, y libre de rancias prohibiciones, una vida, sexual y emocionalmente feliz y plena, a toda la ciudadanía. No hará falta citar aquí a Segismundo Freud, de quien todos sabemos, la enorme importancia que concedió al mundo del sexo sin tabúes, y de su necesidad de aplicación, para poder disfrutar de una vida con cierto equilibrio emocional. Todo está en la educación y en la enseñanza.

La sociedad debe estar formada para crear el ambiente de normalidad apropiado en el ámbito homosexual, y los legisladores y políticos, desde los niveles más básicos de las instituciones de gobierno, hasta las más elevadas, deben ser abiertos y formados dentro de una enseñanza laica, libre de adoctrinamientos religiosos, y respetuosa con lo diferente, tan natural y legítimo como lo demás. Los clérigos y sus influencias en los gobiernos, serán siempre peligrosos y dañinos para todo tipo de gobiernos libres, progresistas, abiertos y demócratas. De no ser así, entonces, deben aquellos políticos que tengan esa carencia, recibir obligatoriamente cursos adecuados de agiornamento en esa línea. Necesitan indudablemente reciclarse, demostrando luego la eficacia y comprensión de esos cursos. De no ser así, y continuar con su ultramontanismo en aquel ámbito, estarán incapacitados para toda clase de gestión de gobiernos en democracia.


II

Muchos siglos antes de que Grecia o Roma existiesen, en el Antiguo Egipto, la descripción en pinturas murales y bajorrelieves, pone de manifiesto, una cultura y religión, expresa en cuanto a la adoración y veneración del falo divino, por parte de faraones de lo más grande, como militares, y altamente fecundos y generadores de cientos de vástagos. Ejemplo que podría resultar paradigmático es el del mismísimo Ramsés II (XIX dinastía, segunda parte del Imperio Nuevo), llamado el grande, con cientos de esposas y cientos de hijos. Las representaciones de uno de los aspectos del dios Amón de Tebas, como dios itifálico Min, con su pene erecto, contemplado y venerado por ese mismo faraón, de rodillas, y ofrendando al falo divino, no ofrece dudas en el ámbito que aquí tratamos. Una especie de homosexualidad dentro de lo más sagrado. El mismo Alejandro Magno está representado en el santuario del dios de Tebas, en el templo de Luxor, ofrendando también al falo erecto del dios Min.

La familia amárnica, en muchas de sus representaciones, manifiesta un evidente comportamiento homosexual. El caso más llamativo, el de Akhenaten (Amenhotep IV, dinastía XVIII, Imperio Nuevo) y su hermano Smenkhare. Y no hablemos de la llamada “Tumba del Manicuro” de finales del Imperio Antiguo, en donde las representaciones de una pareja de hombres, en unas posturas de cariño y afecto, resultan indiscutibles. En la opinión de muchos investigadores, dejan patente una homosexualidad manifiesta, sin estridencias, y por lo que de ello se desprende, socialmente aceptada como algo natural, y por ello, digno de vivir plena y abiertamente.


III


Pero volvamos a la Grecia Antigua y a la pederastia. El “erasta” (erastes) del verbo griego “erao” amar apasionadamente, (amante), hombre adulto y maduro, quien podría ser el pedagogo, o el mejor amigo del padre del muchacho, y qué generalmente elegía al “erómeno”,verbo erao, (amado), adolescente de entre 15 y 18 años, (edad en la que el ser humano, por naturaleza, y acompañada esta, de una instrucción adecuada en el mundo del eros, está ya, de manera indiscutible, capacitado para el intercambio amoroso), con la finalidad de instruirle en su actividad política o carrera militar, o ambas cosas y muchas otras como serían el campo de la belleza y del amor por excelencia que, según el arquetipo de la época, al menos entre la clase aristocrática, refinada e intelectualmente formada, era el viril. El amor entre hombres. Es bien cierto que entre el pueblo más llano, este tipo de comportamiento podría resultar, además de incomprensible, casi aberrante. Por ello digo, que todo es cuestión de educación y de creencias. El mismo Homero, es muy cuidadoso con el sexo explícito en toda su obra. Es algo que jamás toca, en ninguna de sus vertientes. Y mucho menos el homosexual. Por ello me inclino a pensar que era un autor de masas, y que por esto su obra estaría más destinada a la clase llana, que a los refinados miembros de la selecta clase política e intelectual. Otros autores de la antigüedad, sí tocan el tema abiertamente, como por ejemplo: Jenofonte, aristócrata ateniense, y alumno de Sócrates, quien habla explícita y notablemente, en su Lacedemonia, de la instrucción pederástica de los jóvenes espartanos, también Safo, Tucídides, Estrabón, Platón, Aristóteles, Plutarco y varios más. La lista sería interminable.

El mismísimo Zeus Olímpico, rey de los dioses en el panteón heleno, siente debilidad y fuertes deseos eróticos, a pesar de sus más que abundantes escarceos con diosas y con bellas mortales, de quienes tiene una nutrida prole, por bellos jovencitos, a los que incluso rapta para su propio placer. Ganímedes podría ser el paradigma de ello. Aquiles, el aguerrido y violento héroe de “La Ilíada”, en el canto XVIII, al recibir la noticia de la muerte de su amado Patroclo, (amor homosexual entre adultos, por ello no pederástico), grita y se desespera, tratando de arrancarse los cabellos, y arrojándose desnudo a las arenas de la playa de Troya, cubriéndose de ceniza, y restregándose contra ellas como un animal fuera de si. Las esclavas obtenidas en el botín, después del asedio y toma de Limeso, por Aquiles y Patroclo, estremecidas ante tanto dolor, corrieron, llorando desesperadas a las puertas de la tienda para colocarse al lado de Aquiles, y sostenerle ante tanta angustia, y golpeándose el pecho ante aquel dolor, transidas por la pena cayeron de rodillas por falta de fuerza para mantenerse erguidas. Antíloco, el mensajero de tan funesta noticia, vertiendo lágrimas, sujetaba con fuerza las manos temblorosas de Aquiles, por temor a que este con un afilado cuchillo de hierro se cortase la garganta. Exhalaba el Pelida espantosos gemidos, convocando a su madre la diosa Tetis, princesa de las Nereidas, para que le ayudase a soportar tanto dolor.

Negábase el desesperado Aquiles a la cremación del cadáver del objeto de su amor, hasta que el mismo Patroclo, como un espectro, se le aparece durante aquella noche de tanto lamento. Aquiles trastornado, al ver la idolatrada imagen, y tratando de abrazarla en su alucinación, no puede tocarle, ya que la aparición es, aunque luminosa, vaga e inmaterial. Sus manos se cuelan a través de la difuminada y astral imagen que desaparece en la noche negra y turbulenta. Le pide el difunto, antes de la desaparición fantasmal, la cremación, sin la cual nunca podría entrar en el Hades, permaneciendo, de esa manera, errante para siempre. Destrozado y deseando morir, y así reunirse con su amado, consintió Aquiles lo que aquella adorada imagen espectral demandaba. Gimiendo como un animal profundamente herido, y presa de esa desesperación, exclama a voces, enloquecido por el dolor de la pérdida, qué ni la noticia de la muerte de su padre, o la de su único hijo, Neoptólemo, le procurarían mayor dolor que la pérdida de Patroclo, su amado e insustituible compañero.

Es de destacar que nunca en la Grecia clásica se acuñó término alguno que distinguiese el amor entre gentes del mismo género. Pero es que ni siquiera el término heterosexual es conocido. El amor y sus diferentes prácticas y tendencias, lo englobaban todo en ese ámbito. De lo cual también se deduce que veían la práctica sexual, o cualquier tipo de amor entre personas del mismo género, como algo normal por natural.

En Esparta, lo mismo que en Creta (Estrabón), era llevado el efebo, el erómeno, por parte del erasta al “andreion”, como legalizando públicamente, una especie de unión de pareja de hecho, de tipo matrimonial, al margen de que el erasta estuviese o no casado y con hijos, con una mujer. Luego pasaban dos meses en el campo, como disfrutando de lo que nosotros llamaríamos, una luna de miel, y al regreso se recibía al joven con atenciones festivas, y el amante le regalaba al amado una coraza, un escudo, y una espada. Objetos realmente importantes y distinguidos en aquellas épocas. Se convertía de hecho, en escudero del caballero adulto. Flecos de estas cosas se transmitieron, debido a la nutrida y dilatada herencia de la Roma Clásica, a través de la Edad Media, por todo occidente y Oriente Medio, y aunque habitualmente, de carácter simbólico, no significa que en ocasiones la relación entre caballero y escudero, durante este período del medioevo y el Renacimiento, no pudiese pasar a otro plano más placentero. Uno de los ejemplos más claros, todavía hoy, lo tenemos en el ámbito más católico y conservador, quizás como símbolo, con su auténtico sentido confuso, perdido u olvidado, propio de aquellas tradiciones clásicas, y que es aquella relación existente entre el párroco y su ayudante el coadjutor, una especie de escudero, habitualmente más joven. Un residuo viviente que quizás provenga de aquellas maneras de comportamiento a la griega.

La mujer, con un papel insignificante en aquellas sociedades, generalmente era vista, únicamente como procreadora, si exceptuamos, claro está, a las “hetairas”. Una especie de cortesanas obligatoriamente cultas y hermosas. Estas eran las únicas que podían ser recibidas en los “simposia” o reuniones intelectuales y festivas masculinas, convocadas habitualmente por los varones de la más granada aristocracia.

Las instituciones de educación pederástica gozaban de gran prestigio y estima. Filósofos: Sócrates que atraía y tenía encandilada a la juventud ateniense por sus conocimientos en el ámbito del eros, Platón, amante de Alexis o de Dión. Su academia, en la que durante generaciones los maestros se sucedían de esta manera, de maduros erastas a los que habían sido jóvenes erómenos, ya erastas, resultando probablemente, la instrucción académica, salpicada de amor apasionado entre aquellos varones, maestros y alumnos, donde el ideal amoroso de la perfección, concluía en el “alumbramiento” que suponía la adquisición de conocimientos y sabiduría del efebo. Aristóteles fue amante de su discípulo Hermias. Eurípides fue amante del trágico Agatón. Fidias de su alumno Agorácrito, y el médico Teomedonte, lo fue del astrónomo Eudoxo de Cnido. "Son muchos [Plut. Erot. 929], los amantes que disputaron hermosos y honestos muchachos a los tiranos." Cita el ejemplo clásico de los Tiranicidas de Atenas, de la conspiración urdida en el 514 a.d.C., contra los Pisistrátidas por Aristogitón y su amado Harmodio, que era objeto del asedio de Hiparco, el de Antileón, que mató al tirano de Metaponto y (¿o?) Heraclea, a causa del bello Hiparino; el de Caritón y Melanipo, que conspiraron contra Fálaris de Agrigento y muchos otros.
Médicos, artistas, poetas, los políticos y los militares sobre todo, disfrutaban de aquellas costumbres tan naturales y tradicionales, instaladas en sociedades muy civilizadas, y todo ello fomentado por los diferentes gobiernos democráticos helenos. El espartano, tan militar y viril, fue el más activo en el fomento institucional de ese amor pederástico homosexual. (La instrucción de las juventudes Hitlerianas, de pensamiento anticristiano, de alguna manera, hay que pensar que sus ideólogos, se inspiraron, en aquella camaradería pederástica, propia de la viril milicia espartana). Decían, además los pensadores espartanos, en la línea platónica, que un ejército invencible sería aquel que estuviese formado por parejas masculinas, quienes amándose profundamente, jamás consentirían en ser vencidos. Ciertamente, primero Górgidas en su batallón selecto y después Pelópidas, general tebano, con un escuadrón al que llamó sagrado, y formado dentro de esas características, llevó a Tebas, la rival eterna de Atenas, a la hegemonía militar durante unos años. Podríamos decir, que la penetración anal, al menos en este especial concepto heleno del amor entre dos hombres, se habría de ver como el medio físico y profundo de transmitir el coraje y el ardor guerrero entre varones. Nunca como humillación de uno a otro, como maliciosamente nos han querido hacer ver. No olvidemos, que la tradición antigua resulta unánime al vincular la práctica de la pederastia al valor y al coraje.
Solo la intransigencia machista judía, luego la mojigatería de la república romana, que hipócritamente permitió estos comportamientos, y como colofón, la farsante y maniquea moral cristiana, con sus leyes y decretos contranatura, sobre todo, dentro del ámbito más íntimo y privado del ser, y como excremento de la Roma imperial más decadente, fueron quienes acabaron con estas enseñanzas y prácticas legítimas y naturales, condenándolas como aberraciones, dentro de la erradicación más ciega y abstrusa de aquel paganismo mas culto y refinado. Pero ellos, los jerarcas apostólico-romanos, desde dentro, al modo de revenidos emperadores romanos, y a escondidas de la burlada y engañada sociedad, dentro de sus muros, las realizaron con fruición, pasión y deleite. Lo peor, y ahí, al menos en mi opinión está el crimen, es que esas prácticas suelen cometerlas esos clérigos, con impúberes, niños de tierna edad, impropia para ese tipo de experiencias, y además, y ahí está el horrendo sentimiento de culpabilidad, sin preparación académica alguna, ni adecuada. Ello convierte de esa manera, al “pederasta”, más bien pedófilo, en un ser degradado y execrable, y a la tierna víctima en un humillado y un ultrajado. El crimen no tiene perdón. A la iglesia católica le cabe el despreciable baldón de haber impuesto su doble moral, tanto en estas cosas como en otras muchas, prohibiéndolo casi todo, al convertirlo en pecado, equivalente el término a delito sagrado, pero, a la luz de las noticias en estas últimas décadas, sabemos de las prácticas católicas de pedofilia ultrajante, realizada a escondidas y con coacciones atemorizadoras, a sus pupilos o alumnos, obligándoles, desde una autoridad abusadora, a humillaciones de lo más aberrante e indecente. Y como ya hemos dicho, a una edad impropia y sin preparación alguna. Recuerdan, en esas prácticas aberrantes, al emperador romano Tiberio, quien al decir del cronista romano Suetonio, en su obra “Vida de los Doce Césares”, Libro Tercero; XLIV: “Se le achacan torpezas tan infamantes que apenas se osa describirlas u oírlas exponer, y menos aún creerlas. Se dice que había habituado a niños de corta edad, a los que llamaba “sus pececillos”, a ponerse a jugar entre sus muslos mientras nadaba, para excitarle poco a poco con sus lenguas y sus mordiscos. Se dice incluso que, a modo de seno, daba a mamar sus órganos genitales a niños bastante grandes, pero que todavía no habían sido destetados”.

Prohibieron los jerarcas del catolicismo más recalcitrante, todo a las sociedades y a sus individuos, pero ellos se benefician, en la práctica deshonrosa, artera y degradante, de realizar interiormente lo que pública y socialmente condenan desde hace casi dos mil años. No hay mayor ejercicio de hipocresía, ni de desvergüenza más descarada y ofensiva. Se justifican, diciendo que en toda actividad humana, aparecen individuos perversos, bien, pero no vemos, por parte de la más alta jerarquía eclesiástica, e incluso civil, que es lo más escandaloso dentro de un agravio comparativo, que se apliquen los castigos adecuados a estos delincuentes de sotana, mitra y tiara pontificia. La historia está plagada de todas estas perversiones y anomalías farisaicas católicas.

Como ya al principio hemos dicho, todo es cuestión de educación. Pero que sea igual para todos, y con ciclos apropiados a la edad.

La mojigata Roma republicana, quien queriendo ser la heredera de los valores sociales y públicos de la Hélade más democrática, si bien optó por algunos, otros, los concernientes a la homosexualidad, los condenó entre burlas y chascarrillos, aunque hipócritamente los consintió. Y además, lo mismo que el gran Alejandro, la mayoría de sus hombres más célebres tuvieron una activa vida homosexual, conocida públicamente. Entre ellos podríamos citar al dictador Lucio Cornelio Sila, Marco Antonio, a Julio César, y muchos otros dentro del período republicano, y ya no hablemos de la época imperial, inaugurada con el pervertido Augusto, en la que la mayoría de aquellos emperadores, ancestros viciosos del papado católico, se dieron a toda clase de variantes lujuriosas. Acuñó Roma toda una abundosa terminología dirigida al descrédito y mofa de esas prácticas. Entre aquellos insultos y befas, tenemos el de llamar a los homosexuales “saltatrix tonsa” o bailarina que se afeita, “fellator” que significa mamón, “irrumator” a quien se la maman, y muchas otras, que pretendían herir a las personas que practicaban esa clase de sexo, por otro lado, y como ya hemos repetido hasta la saciedad, tan natural y legítima, como cualquier otra forma de vivir la experiencia sexual y erótica.


IV


De todos modos, si la pederastia, que no la pedofilia, como hemos visto, era fomentada entre los varones griegos, a una edad adecuada, no debemos olvidar tampoco, que la natural, o buscada relación lésbica, ya fuera por imitación del comportamiento masculino, o bien por nacimiento intelectual, entre aquellas mujeres más distinguidas y preparadas académicamente, tuvo asimismo su aparición y grandeza entre las griegas, al menos entre aquellas que sintieron la inquietud de la igualdad de géneros, dentro de las posibilidades que las limitaciones, eso siempre, que les pudiesen permitir aquellas leyes helenas, en donde la ciudad era una especie de club masculino, y en la cual a la mujer, al menos según Hesiodo en su Teogonía, se la conocía, desde aquella doncella, Pandora, la esposa de Epimeteo, hermano de Prometeo, como la causante de todas las desgracias del hombre y del mundo. Prometeo había encerrado en una caja a todos los males. Pandora no pudiendo vencer su curiosidad, abrió el cofre y llenó de maldad al mundo, solo quedó encerrada en ella la esperanza. Pandora es el ancestro de las “femeninas mujeres”, que Zeus había encargado fabricar al cojo Hephaistos, como el castigo más grande, e ineludible por necesario, para el hombre: Pandora o “el bello mal”.

Como quiera que fuese, la mujer, a la difícil búsqueda de la igualdad, de derechos y deberes, se lanzó también a crear instituciones y escuelas en la línea del amor entre féminas como un canto, entre otras cosas, a su independencia más genuina. La más famosa de todas ellas fue la poetisa Safo de Lesbos. Creó una escuela, donde la mujer, además de ser instruida en todas aquellas cosas, que al menos tradicionalmente le son propias, como el cuidado profundo de su belleza, en la que nada se dejaba al azar, lo era también en aquellas otras del amor entre mujeres. La gimnasia en todas sus formas, la música, el canto y los instrumentos, la apolínea lira era el preferido, la elección de trajes y colores, el arte de la pintura, y otras muchas cosas, formaban parte de la instrucción de aquellas mujeres. No olvidemos que estamos hablando de mujeres de clase privilegiada, nunca de campesinas o hembras de condición considerada inferior, quienes difícilmente tendrían acceso a una formación académica, y al disfrute del refinamiento que produce el ambiente más culto de las clases elevadas.

También hay que decir, que si bien la mayoría de los versos y composiciones poéticas dedicadas al amado, entre los hombres, solían encaminarse hacia lo sublime y heroico, las obras dedicadas a una amada, por parte de su amante femenina, resultan más fogosas y físicas. De alguna manera, o no alcanzaron la admirada inefabilidad que se desprendía de la relación entre varones, ya fuera por ser menor en el tiempo aquella experiencia, o bien porque realmente el sentir del hombre, al estar inmerso en la gloria de las guerras y las batallas, así como en el quehacer cívico del deber político, y en todas las actividades superiores, aquella no tuvo el tiempo suficiente para alcanzar la belleza de lo sublime en los amores homosexuales femeninos.

Ejemplos de lesbianas famosas, son muy numerosos, y entre ellos podríamos citar a la misma Safo, enamorada de adolescentes de ambos géneros, a quienes ensalzaba en sus poemas ardientes. Se suicida, ya mayor, a causa del amor no correspondido, que sentía hacia una de sus pupilas. Juana de arco, también lesbiana, Cristina de Suecia, Catalina Erauso, la monja alférez, de vida rocambolesca, cargada de trifulcas y muertes. Catalina de Médici, reina de Francia, con su cortejo de jóvenes hermosas, a la manera de una alegre Artemisa, moderna, divertida y promiscua. Isadora Duncan, Virginia Wolf, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Angelina Jolie, la protagonista femenina, entre otras películas, de la titulada Alejandro Magno, de quien hace de madre. En fin, la lista sería interminable. De todas maneras, diremos que también en la Roma Clásica, además de tener constancia de bodas entre féminas, existían así mismo, baños para mujeres, en los cuales, damas casadas y matronas reconocidas por sus virtudes, gustaban de solazarse con otras mujeres en esos baños públicos femeninos. El emperador Tiberio legisló contra esas prácticas. Aunque el muy cuco, por lo que hemos visto anteriormente, se saltaba sus propias leyes. Cosas infamantes de Papas y emperadores, que vienen a ser lo mismo. Casta viciosa y depravada.

Santo Tomás, en su difundida obra: “Suma Teológica” incluyó entre los pecados contra natura y de execrable lujuria, la cópula entre mujeres, condenando esas prácticas como uno de los más detestables pecados de la carne. Sostiene que existen cuatro categorías de vicios contra la naturaleza; la masturbación, coito con animales, coito en posición no natural y cópula homosexual de ambos géneros. Y yo me pregunto que, ¿quien es ese Tomás, elevado a la categoría de santo, y otros de su misma camada, para decretar sobre tales cosas, únicamente propias de la intimidad de cada uno? Un castrador, probablemente perturbado, debido quizás a graves carencias personales y físicas en ese ámbito, unidas a un perverso y mojigato fanatismo judeo cristiano de lo más profundo y detestable.






Conclusión

De la obra fragmentaria que poseemos, salida de la mano de la fogosa Safo, se desprenden lágrimas de despecho y de traición desconsolada, debidas, a la ausencia subrepticia de alguna educanda, quien prefirió huir y casarse con varón, abandonando el lecho, antes compartido con sus condiscípulas y maestras.

¡Tu que te sientas en trono resplandeciente,
inmortal Afrodita!
¡Hija de Zeus, sabia en las artes de amor, te suplico,
augusta diosa, no consientas que, en el dolor,
perezca mi alma!

Safo; comienzo de la “Oda a Afrodita” 600 a.d.C.

La mayoría de edad en aquellos tiempos del mundo clásico, correspondía al inicio de la pubertad. Cuando la criatura humana desarrolla naturalmente sus potencias procreadoras. Resulta indiscutible que al tiempo que el cambio hormonal se produce, el desarrollo mental, naturalmente, ha de ir paralelo. Por lo tanto el ser humano, sufrido ese cambio, deja de ser niño, convirtiéndose en hombre o mujer, joven, por supuesto, pero apto para el trabajo, para la procreación y para el voto en todo tipo de sufragios. Este era el ambiente de la mayoría de edad, en aquel período tan brillante de la Grecia Clásica. Y aquellos jóvenes, no niños, así instruidos en el eros, adecuadamente a su nueva edad púber.

Las sociedades judeo cristianas, por tradición y perversión, no solo mantienen al adolescente en un infantilismo recalcitrante y confuso, sino también, y en la medida de lo posible, a todos sus seguidores, de la edad que estos sean.

Con aquellas premisas entenderemos que la pederastia habría de ser legal por irrefutabilidad natural. En nuestras sociedades se mantiene, y de manera ficticia, y como ya hemos dicho, en el infantilismo más torpe e inseguro, generador, muchas veces de violencia y enfrentamientos generacionales, a jóvenes que al ser púberes tienen todas las condiciones naturales para decidir libremente, y expresar con todo el derecho que le otorga la naturaleza, sus propias inclinaciones y deseos naturales. Ninguna ley debe poner coto a la naturaleza cuando esta, y dentro de la intimidad más genuina, no agrede ni violenta a nada ni a nadie, únicamente a fundamentalistas religiosos y tradicionalistas inanes. Es a estos, y de una vez por todas, apeándoles de sus cargos políticos y educacionales, quien los tuviera, a quienes habría que poner en su sitio.

Después de todo lo leído en torno al amor sublime, que los griegos refinados, cifraban solo en la homosexualidad, podemos concluir con la frase siguiente, que en mi opinión, resume todo ese sentir, y toda esa filosofía de la belleza dentro del eros más luminoso: “El amor heterosexual para procrear, y el amor homosexual para disfrutar”



Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 24-08-2006