miércoles, 28 de julio de 2010

TAUROMAQUIA Y LOS FARAONES

TAUROMAQUIA EN CUESTIÓN

FARAONES TOREROS

El que yo sea o no antitaurino, que lo soy, por convicción, y sobre todo por solidaridad animal, especie a la que pertenezco, y aún apreciando la calidad estética de la fiesta, que la tiene, y yo como artista no soy ajeno a ello, entiendo también que en mi prevalezca lo primero sobre lo segundo. Cuestiones de estética hay muchas y variadas en las que deleitarse, pero sentir alegría y regodeo en la tortura y muerte de ese poderoso y bello animal, es algo que jamás podré comprender. Quienes con tal espectáculo así disfrutan, tienen solo un nombre y varios calificativos; el nombre: bestias, más aún que ese animal de lidia; calificativos: salvajes, asilvestrados, aldeanos, paletos, criminales etc. No olvidemos que quien es capaz de consentir tales barbaridades, también ha de ser capaz de cometerlas con sus semejantes, ya que su falta de escrúpulos antes tales cosas ya les deja bien definidos.
Y ahora, y por otro lado, diremos que al decir de Goya, el pintor de Fuendetodos, en sus comentarios acerca de las tauromaquias a las que era tan aficionado, dice que la fiesta taurina es traída a España por los “moros” durante la conquista de la península Ibérica, llegando hasta Francia y aún más arriba.
Es bien cierto que los ejércitos y turbas que acompañaban a los mahometanos a través del norte de África, tras la conquista de Egipto, durante el año 630, que deja de ser cristiano, para convertirse al Islam, después de la contemplación de los bajo relieves, y pinturas, en diferentes templos de Egipto, concretamente en el de Medinat Habú, al sur del Luxor actual, en la orilla occidental, perteneciente al faraón Ramsés III de la XIX dinastía, y viendo la cantidad, todavía enorme de esos animales vagar semi salvajes por las marismas del Nilo, y que si bien, durante el período faraónico eran animales únicamente cazados por el monarca, una especie de control de esos animales, en esos momentos una ancestral fiesta taurina reinaba en el país, heredada, aunque sin saberlo, del antiquísimo y ya desaparecido período faraónico. Aquí en Iberia, los musulmanes ante la abundancia de esos animales dieron también en continuar la costumbre, que poco a poco, resultó en la más elaborada y conocida, fiesta taurina al uso desde hace ya algunos siglos, tomando carta de autenticidad en nuestra patria. Los moros, durante su mandato y reinados, la llevaron desde el sur, pasando por tierras del Moncayo y el condado de Cataluña, al menos hasta la Camarga francesa; Arlés, Nimes, Béziers. Tierras todas ellas, bajo influencia y dominio musulmán durante muchos años. No hay noticias de que tal fiesta tuviese asientos durante los períodos celta y romano, ni en los reinos visigodos. Nosotros, ya elaborada como la conocemos, la llevamos al continente americano, pero eso, ya es otra cosa.
Debemos decir que ciertamente, los faraones eran toreros consumados, y que durante las fiestas jubilares, celebradas en origen, cada treinta años de reinado, con la función explícita de demostrar que sus fuerzas todavía seguían incólumes, al torear a tan fiero y robusto animal engañándolo con un trapo rojo, para luego agarrándolo por los cuernos, retorcerle el cuello, derribarlo, y así desnucarlo. Era entonces, cuando el rey continuaría siendo el señor y dios vivo de Egipto. De lo contrario, y si salía vivo del enfrentamiento, sería destituido y otro heredero más capaz y fuerte, subiría al trono.
La caza de este animal, era asimismo, cosa personal e intransferible del rey, lo mismo que la caza del león tan abundante en las bahías desérticas cercanas a las frescas riberas del gran río. Dos animales poderosos que simbolizaban la fuerza genética del macho, y el poderío incuestionable de sus potentes músculos. El león y el toro, cuando por necesidad nutricial del primero, se acercaba a las acuosas y fértiles riberas, con la intención de saciar su apetito, hincando sus poderosas mandíbulas en los cuartos traseros de estos animales, o de sus hembras y becerros, el toro, sin duda, ponía al melenudo del desierto en fuga. El enfrentamiento entre tales potencias no pasó desapercibido por las primeras tribus que poblaron aquellos parajes, convirtiendo así tal espectáculo, en la piedra angular y propia del corajudo tronío faraónico. Tras la desaparición faraónica, la fiesta antes regia, desciende, y se convierte en fiesta popular, tal como la invasión musulmana la conoció, y hasta aquí la trajo. Todavía hoy en Egipto, en Luxor, en verano se celebra la fiesta del santón Habú Hagag, en la que cuyo número más destacado, es el paseo por las calles de una barca a hombros, ancestro del paseo de la barca, de las fiestas del dios Amón. Aunque los islamizados luxoritas actuales no lo sepan.
Y no hablaremos del toro en la Creta minoica y el baile femenino de una acróbata sobre los lomos del animal, sujetado por la cornamenta por un especialista y buen mozo. De toros y sus envidias propias del macho humano, podríamos estar hablando horas y semanas. Pero, únicamente concluir diciendo, que todo lo aquí descrito está muy bien para aquellas épocas tan remotas, pero a día de hoy parece un ancestro más que anacrónico. Todo ello independiente de la cuestión catalana, que a nadie se le escapa, que es de intención identitaria, y lo peor, de desprecio a una fiesta llamada española, por lo cual, unos cuantos catalanes tratan de diferenciarse. Creen esos cuatro que arrastran a otros muchos ingenuos, en su chauvinismo que son mejores que el resto de los españoles.
Tonterías y bobadas. La fiesta debe suprimirse cuando, haciendo un referéndum nacional, es decir, de toda España, se decida por mayoría esa supresión que a mí, personalmente, me agradaría de manera profunda, y a los toros más.

Eduardo Fernández Rivas
Lugar de Fiunchedo; 28-07-2010

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