domingo, 11 de julio de 2010

LA FE CRISTIANA

LA FE CRISTIANA

Dos mil años de cristianismo, pienso, que son ya más que suficientes como engaño y fraude. Millones de almas fueron, y aún lo son, obligadas; muchas veces con terribles torturas y muertes, a creer en lo inexistente. Por decreto imperial cristiano católico, cosa nunca vista por su contundencia, desde el faraón Akhenaten (Antiguo Egipto, 1353-1336 a.d.C., XVIII dinastía), se decide la supresión de todos los credos habidos hasta ese momento. La crueldad se manifiesta, lo mismo que la soberbia de los nuevos sacerdotes de una advenediza religión. Propia de ignorantes y patanes. Únicamente la jerarquía disfrutará de los enormes beneficios que tal negocio ha de generar, extrayendo de los más humildes, que eran y son la mayoría, todos sus infinitos sueldos y prebendas, a cambio de vacías palabras que ellos, interesadamente, cargan de un significado simbólico, muy estudiado, con la finalidad única de engrandecerse, en un alarde de cinismo incomparable, y convertirse así, en amos y señores de todo el orbe. Que aunque de momento, a tanto no llegaron, a por ello iban y van. Evangelizando, en un agravio comparativo sin precedentes, lleno de satisfacción y envanecimiento, territorios y paises ajenos, que ya cuentan con sus propias y seculares creencias. Sacerdotes hipócritas, sobrecargados de una nefanda lujuria, que mal contenida, y arteramente agresiva, se derrama por caminos incorrectos y perversos, causando a víctimas inocentes y aterradas, generalmente desprotegidas, daños irreparables, debido muchas veces, al respeto reverencial que les tienen, por habérselo impuesto mediante sus reiteradas patrañas ministeriales.
Amón, Osiris, Isis, Enlil, Shamash, Zeus, Artemisa, Apolo o Afrodita, entre otras muchas, fueron también divinidades a las que profundamente tuvieron por ciertas, los más creyentes de aquellos tiempos. La fe pagana también existió durante muchos siglos. Divinidades creadas por cerebros privilegiados, para explicar todo tipo de misterios naturales, a la falta de tecnología y avances científicos que diesen explicación más rigurosa y verdadera. Pero aquello, en su contexto tenía sentido, y servía para satisfacer de un modo intelectual, aunque fuese casi siempre equivocado, la curiosidad por la misma esencia natural y cósmica, repleta de arcanos. Hoy los dioses o dios único, resulta un fraude, la tecnología y los conocimientos e investigaciones científicas nos dan explicación de aquellas cosas, antes de aquella manera entendidas. Todo se vino abajo con aquel decreto, y tras dos generaciones, cayeron aquellas divinidades en el olvido más absoluto. El nuevo credo cristiano, trufado de un paganismo ya inane y puesto en duda, infelizmente involutivo, e interesadamente obstinado, triunfaría, aunque fuese a base de castigos y de hacer churrasco humano con los dudosos, y sobre todo con los relapsos, llamados herejes impenitentes.
Pero como dice alguno de sus libros más sagrados: “El que a hierro mata, a hierro muere”; esta religión caerá con decreto o sin él. La cultura y la ciencia, y aún el estudio del pasado, traerán su desgracia. La caída ya ha comenzado hace tiempo, y resulta imparable. Si se dejó de creer en los dioses antiguos, democráticos por diversidad y atribuciones, sin respuesta por parte de ellos, tan poderosos como se los definía, en este cristiano, único y autócrata, ya que jamás permitió, allí donde ejercía un poder omnímodo, la competencia de creencias, también se dejará de creer. Como la urraca ladrona: “todo para mi”. Su caída es solo es cuestión de tiempo. Una religión tan insolidaria y soberbia no puede prolongarse mucho más en el tiempo, a no ser que las sociedades sean insensibles a la razón y a la verdad, y prefieran continuar viviendo en el engaño más profundo y disparatado que roba a los seres la libertad y la independencia en todas sus facetas. Un crimen de proporciones insondables es esta religión cristiana, o más bien lo que de el mensaje primigenio hicieron los falsos sacerdotes que siguieron la reforma de Constantino, después del edicto de Milán (313), y del primer concilio ecuménico de Nicea (325).
El olor a la carne churrascada del genial filósofo nolano: Giordano Bruno, quemado en la hoguera en Roma, por orden de la inquisición vaticana, el 21 de febrero de 1600, todavía aromatiza con sus quemadas y derretidas grasas, espectáculo que únicamente puede satisfacer a sádicos, enfermos mentales y gentes perversas, el ambiente de tristeza y muerte que oscureció de estremecedoras tinieblas las fiestas de carnaval de aquel luctuoso año, amenizado por los gritos desgarradores del inocente sacrificado.


Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 11-07-2010

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