miércoles, 21 de julio de 2010

LA IGLESIA CRISTIANA Y LA PROLE

LA IGLESIA CRISTIANA Y LA PROLE

Se les dijo, tras la usurpación y eliminación de todos los credos, después del decreto del año 391 AD, emitido por Teodosio, que la mayor gloria del nuevo dios cristiano, era el recibir cuantos más seres humanos en su paraíso celeste y particular, mejor, ya que él gozaría rodeado de todos sus fieles, hasta allí elevados, tras el tránsito de la muerte. Las criaturas que no se sometiesen al cristianismo quedaban excluidas de tales placeres. Por lo visto, ese dios rechazaba de plano a la gran mayoría de sus hijos, solamente por practicar las milenarias religiones de sus mayores, válidas y respetadas hasta entonces. Siendo sometida esa ingente masa social, tildada de manera ofensiva, de pagana, a la impiedad y apostasía obligadas; cosa que requería el arrodillarse ante el nuevo credo. La obligación de apostatar públicamente, y someterse a los insultantes bautismos multitudinarios, resultaba algo cruel, vejatorio e incomprensible.
En aquellos espacios superiores y prístinos, habrían los fieles, de disfrutar de felicidad eterna en la contemplación única de ese advenedizo dios. Por otra parte, jamás visto por nadie. La mayoría analfabeta y pobre de necesidad, así lo creyó, porque también le convenía. Ningún otro dios, antes, por estos andurriales, se había fijado en la masa humilde y miserable, y mucho menos que se la eligiese como el rebaño preferido.
Los intelectuales de todo tipo, y demás personas, formadas académicamente, sintieron pavor ante tales ofertas y rebajas. Vieron el peligro y trataron de detenerlo de mil maneras. No fue posible, la masa ingente de desarrapados físicos y mentales, aglutinada por las turbas de los llamados parabolanos (gentes sin cultura que creen en cuentos y tonterías, defendiéndolas con el ardor guerrero del fanático como verdaderas), agredían y asesinaban por las calles de Alejandría, que había sido, hasta entonces, un hervidero pacífico de credos, filosofías y sacerdotes, así como de políticos e ideologías de todo tipo, a todo aquel, que siendo interrogado, se negara al bautismo cristiano, y al sometimiento a su dios, admitiendo así, a este credo, como religión, no solo única, si no también verdadera.
Las legiones acuarteladas en Alejandría, destinadas a la seguridad en la gran ciudad, no se movieron, el pretor consideró, que las turbas cristianas eran tan numerosas y violentas, que resultaría imposible el tratar de detenerlas, y erradicar aquellas muertes que se ejercían impunemente por los fanáticos cristianos, mediante apaleamiento y lapidaciones in situ.
Tomado ya el poder definitivamente por aquella muchedumbre enloquecida y fanática, liderada por el vesánico obispo cristiano: Cirilo de Alejandría, y ya establecido el orden a su manera, se comienzan a erradicar aquellos tratamientos médicos que pusieran en peligro la prevención de nacimientos o la interrupción de los embarazos.
El laserpicio o silphium, un anaovulatorio, ya bastante escaso, debido a su utilización desmedida, debido a sus maravillosas propiedades medicinales, y al tráfico que los cartagineses hacían de aquella planta, y que además, tenía la caprichosa naturaleza de no soportar bien el transplante, dándose casi exclusivamente en Cirene, fue ya perseguida a muerte. Toda la saña que los sacerdotes del nuevo credo pusieron en su destrucción, consiguió la erradicación absoluta de lo poco que quedaba.
Entre las más que abundantes aplicaciones, culinarias o medicinales, que aquella especie de Hinojo gigante poseía, estaba la de una sana y fácil contracepción, y cuando era necesario, también la interrupción de un embarazo; no deseado por múltiples causas. Plinio el Viejo, estudiante de botánica, entre otras muchas disciplinas (23-79 AD), y conocedor del regalo que a Nerón se le hizo de una planta de silphium (laserpicio), nos habla de esta especie botánica, que él estudió, con todo detalle, haciendo hincapié en su mayor virtud, dirigida a un control de la natalidad. Petronio (muerto en el año 65 AD), e su obra: “El Satiricón”, hace una clara alusión al laserpicio, cuando en la cena de Trimalción, un egipcio entona la canción del “mercader de laserpicio”.
Aquellas sociedades, educadas y formadas en tales libertades y hallazgos médicos brillantes, y seculares varias veces, se vieron de repente, obligadas a renunciar a todos los beneficios de esa planta, y de otras muchas cosas, como son la libertad que da el acceso al conocimiento que conduce a la sabiduría, y por ende a conocer y defender tus derechos con valentía y dignidad, arrancadas tras la práctica del nuevo, involucionista, y esperpéntico credo.
Lo bueno era, según esa impuesta religión por decreto imperial interesado, el tener hijos hasta cansarse. La práctica de la cópula, únicamente dirigida a la procreación. El placer que produce, condenado. Sencillamente el sentirlo y disfrutarlo, aunque fuera por despiste o dejadez instintiva, era condena a los infiernos. Dios lo exigía, condenaba lo que él mismo había creado, y los nuevos sacerdotes se encargaban de que tal exigencia se cumpliese. Cuantos más hijos más miseria, y cuanta más miseria y pobreza, menos estudios y formación. Sociedades de un número infinito de fieles, sin calidad ni coraje era lo que aquel cristianismo defendía y buscaba. La infinita cantidad numérica sin calidad alguna. Sociedades sometidas y silenciosas. El crimen más grande jamás cometido contra la humanidad, allí por donde esa casta de sacerdotes cristianos tuvo poder. Cuantas lágrimas han derramado las gentes de bien e inteligentes, durante estos casi dieciséis siglos que dura esta vergüenza y esta humillación ¡Cuantas muertes en la hoguera, torturas, y todo tipo de vesánicas crueldades, en nombre de un dios, que al igual que los precedentes, nadie vio! Crímenes de lesa humanidad que la iglesia ha cometido durante tantos siglos, y que hoy, si pudiese, volvería a cometer. Que aún en la actualidad, permanezcan sin castigo, resulta incomprensible. Esa religión es una horrible pesadilla que ya dura demasiado. Por lo que vemos y comprobamos, y tras lo aquí expuesto, no hay verdadera justicia en el mundo. Todo es una falacia.

Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 21-07-2010

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