sábado, 2 de febrero de 2008

DEBATES NA TABERNA DO CROIO 9: MATRIMONIO MORGANÁTICO

DEBATES NA TABERNA DO CROIO 9; EL “PRÍNCIPE DE
ASTURIAS” Y EL MATRIMONIO MORGANÁTICO;
COSAS DE REYES Y OTROS TIRANOS

Y ahora, en nuestros acostumbrados debates semanales, y como ya Vds. saben, habitualmente solemos debatir asuntos de actualidad, aunque de vez en cuando toquemos temas históricos o mitológicos, cuando consideramos que algo que ver tienen con la actualidad y sus compromisos. Bien, pues hoy, y según todos los miembros reunidos hemos acordado, en un día tan señalado para los monárquicos, como es el cuarenta cumpleaños de Felipe, ¿heredero de la corona?, casi como de fiesta principesca, habremos por ello, de tratar acerca de los títulos y herencia monárquica del “Príncipe de Asturias”, Felipe de ¿Borbón Grecia?
Nuestro regalito será aquel de deliberar de la manera más seria, aunque breve, el peliagudo asunto de los matrimonios morganáticos.
Matrimonio morganático es aquel que resulta de la unión matrimonial entre personas de diferente rango. Concretamente el celebrado entre un príncipe real, heredero al trono, con una plebeya. También entre una infanta o infante de España con pareja plebeya, resulta matrimonio morganático.
Y aún si la elegida, además de ser plebeya, resultara divorciada, entonces sería un gravísima agresión a las disposiciones regias de nuestro país, en relación con el integrismo católico de la monarquía española.
Si Enrique VIII, el llamado por algunos, Nerón de Inglaterra, se casó seis veces, tuvo para ello que liberarse del respeto y del vínculo debido a la iglesia de Roma. Independizándose de ella, se convierte en el jefe de la iglesia reformada de Inglaterra. De esta manera puede matrimoniar con divorciadas, llevarlas al patíbulo, como a Lady Ana Bolena, Catalina Howard, o separarse de Ana de Cléves, quien le sobrevivió con el ampuloso y arreglado título de “Hermana del Rey”, y al tiempo que este se casaba con la que habría de ser su última esposa, la viuda Catalina Parr, quien también sobrevive al monarca. Todo ello después del gran escándalo internacional que supuso la derogación, después de veinticuatro años de matrimonio, de su católica unión con la hija más joven de los reyes católicos, Catalina de Aragón, antes esposa, según ella intocada y doncella, del infortunado príncipe de Gales, Arturo Tudor, hermano mayor del que sería Enrique VIII, y tía del emperador Carlos V, hijo de Juana de Castilla, llamada la Loca, y nieto de Isabel y Fernando. El emperador al no considerar el matrimonio con su prima, María Tudor, hija de catalina y Enrique VIII, y del que se había hablado largamente, ofendió de tal manera al bofarrudo inglés, que desde entonces los vínculos con España quedaron maltrechos para siempre. El ostentoso rey Enrique, a falta de heredero varón en esa época, soñaba con un nieto, nacido de la unión de su hija María con su primo el emperador Carlos V, propio de una dinastía imperial que gobernase el mundo. De haberse producido ese matrimonio, jamás el rey inglés abandonaría a Catalina de Aragón, y quizás la reforma anglicana nunca se hubiese realizado, al menos, de la manera tan brutal en que se llevó a cabo.
El escándalo producido por ese lujurioso, rencoroso y “viva la vida” rey inglés, con toda esa “movida” llena de asesinatos, ejecuciones en masa, proscripciones y arrestos con nocturnidad, muchas veces coital y sabanera, que tenía las salas principescas y las mazmorras de la torre de Londres llenas hasta las cejas, fue de tal magnitud que a punto estuvo, en su momento, de producir una conflagración internacional. La ofensa del emperador, rechazando a su prima María, futura reina de Inglaterra, al casarse con su otra prima Isabel de Portugal, hija de María de Castilla y Aragón, la cuarta hija de los reyes católicos, con Manuel I de Portugal, viudo de su hermana Isabel, resultaba imperdonable. Si las guerras con Francisco I de Francia no se hubieran metido por medio, como algunos de los principados y ducados alemanes y holandeses, el de Cléves entre ellos, la isla hubiera sido invadida entre las fuerzas aliadas del papa y el emperador, quien también tenía la complicación turca a las puertas mismas de los territorios imperiales.
La situación llegó a tales enfrentamientos diplomáticos, que su conclusión material, en los reinados siguientes, el de la bastarda Isabel I de Inglaterra y el intrigante Felipe II de España, resultó en un desastre de consecuencias irreparables, para la papista y católica España, significando el punto de inflexión para la caída, lenta pero irremediable del inmenso imperio español. El Dios cristiano, obviamente, estuvo de parte de la iglesia reformada inglesa, y en contra de los intereses del Papa y del soberbio y arrogante Felipe de España. ¿Por qué sería? ¿Estaría ese Dios harto de tanto aburrido catolicismo? ¿Desearía acaso la más libre y juguetona novedad de la Reforma?
Bien, dejando estos prolegómenos maritales del travieso y cínico Enrique, digamos que en nuestro país, donde el jefe de estado es el representante de la monarquía más católica del mundo, no puede consentir seriamente que el heredero de la corona, se nos case en matrimonio morganático con una plebeya, y además divorciada.
Según la “Pragmática Sanción” de Carlos III, emitida en 1776, ese tipo de matrimonios deja invalidado al contrayente de rango superior, y a toda su descendencia como posibles herederos al trono, perdiendo de manera inmediata el título, si lo tenían, de príncipe o princesa de Asturias. Lo mismo las infantas de España, al realizar también, matrimonio morganático, pierden de inmediato ese título de infantas. Y lo mismo, su descendencia queda, igual que en el caso de Felipe, inhabilitada para reclamar los derechos a la corona para cualquiera de sus vástagos. Habría entonces que buscar, dentro de la complicada genealogía regia, heredero de sangre pura, incontaminada, para pretender legalmente los derechos a la católica corona de España.
No olvidemos, que si bien es cierto, según la constitución, que todos los españoles de ambos géneros somos iguales ante la ley, esa misma constitución, al menos hasta donde alcanzan mis conocimientos y los del resto del grupo, respeta los derechos históricos de la corona. Por lo tanto, y según eso, la “Pragmática Sanción” de 1776, continuaría en vigor. Y si esto fuese así, entonces, ni Felipe de Borbón es príncipe de Asturias, y mucho menos lo es Leticia Ortiz, así como tampoco lo podrían ser sus dos hijas, Sofía y Leonor, producto de matrimonio morganático. Lo mismo ocurre con las llamadas infantas, quienes han dejado de serlo, debido a ese mismo tipo de matrimonio, como ya sabemos, llamado morganático.
D. Luis Antonio de Borbón y Farnesio (1727-1785), hijo de Felipe V y de su segunda esposa Isabel de Farnesio, y príncipe de Asturias, hermano del rey Fernando VI, muerto sin descendencia, al casarse en matrimonio morganático con la aristócrata aragonesa de segundo nivel, Dª María Teresa de Vallabriga y Rozas, y según la “Pragmática Sanción”, emitida por su receloso hermano Carlos III, quien le obligó a ese matrimonio, con la clara intención de eliminarle a él y a su descendencia del acceso al trono de España, como así fue. Quedando además su descendencia inhabilitada para llevar el apellido Borbón. La condesa de Chinchón, al igual que sus dos hermanos, y pintada por Goya, segundo vástago de la pareja, y esposa de Godoy, no debería jamás utilizar el apellido Borbón, únicamente el de su madre, como si de una bastarda hija de soltera se tratara. Devueltos esos privilegios de utilización del apellido paterno, por el Rey Carlos IV, a instancias de su esposa la reina María Luisa de Parma, al casar a la niña condesa de Chichón con el advenedizo Godoy, y favorito de la reina.
D. Alfonso de Borbón, tío de D. Juan Carlos, y entre otros muchos casos, príncipe de Asturias, y hermano de D. Juan, padre del actual rey Juan Carlos, el 11 de junio de 1933, estando en el exilio, tuvo que renunciar a los derechos dinásticos al casarse con la cubana de origen español, Edelmira Sanpedro-Ocejo
Si tenemos razón en nuestro argumento, qué la verdad, no lo sé, entonces la llamada familia real española, o bien nos toma el pelo, en connivencia con toda la clase política, cosa que sería imperdonable, o bien son todos, unos y otros, una pandilla de ignorantes irredentos. O quizás también, ¿Quién sabe?, el monarca español intente realizar la reforma de la iglesia española al estilo de Enrique VIII Tudor, un “chisgarabís” con demasiado poder, y con el mismo tipo de experiencias. Y de esa manera legalizar la embrollada situación actual de los derechos al trono del príncipe y su prole. Entonces advertimos a Leticia Ortiz que tenga cuidado, no vaya a ser el diablo, y se aproxime a la desgraciada experiencia de Ana Bolena o de Catalina Howard. Para muestra, aunque dulce, la de la joven Sartorius: o la de la rubia modelo, la nórdica valkiria también humillada, aunque no ejecutada: “Demo non digas”

Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 30-01-2008
Día solemne del cuarenta cumpleaños de D Felipe de Borbón y Grecia “Principie de Asturias”

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