lunes, 6 de septiembre de 2010

NACIONALISMO Y GALLEGUISMO

NACIONALISMO Y GALLEGUISMO



Chirrían mis oídos, ya desde hace tiempo, con la cantinela insoportable de unos nacionalismos, para mi, innecesarios e históricamente injustificados. Puedo entender algunos de ellos, aun que no los comparta, debido a las estructuras industriales y de otra índole que esas autonomías disponen. Pero no creo que a Galicia, al menos en las circunstancias actuales, le conviniese ningún tipo de independencia absoluta. Nuestra red industrial es precaria, lo mismo que otras muchas cosas, con lo cual nuestra pretendida independencia resultaría, al menos en mi opinión, desastrosa para el bienestar y confort de nuestra ciudadanía.
Por otro lado, yo me pregunto: ¿acaso quiero sentirme extranjero en Ripollet, Madrid, Segovia, Aranda de Duero, El Roncal, o Gijón? Esto es lo que sucedería si la independencia fuese un hecho. ¿Tendría que visitar el Museo del Prado como extranjero, y tantas otras cosas que llevamos compartiendo, tanto en gastos como en beneficios, durante algunos siglos? Me parece un disparate.
Ahora bien, si hablamos de galleguismo y galleguidad, entonces es otra cosa. Quiero para mi tierra un gobierno y competencias bien fortalecidas que permitan una autonomía adecuada a nuestra singularidad y necesidades, gestionadas desde aquí, y sin tener que pasar por la humillación de un centralismo, muchas veces despótico, y habitualmente indiferente, ya que nos tratan, de manera desconsiderada, como periferia y gentes de provincias, como si fuésemos ciudadanos de tercera. Dicho esto, me reafirmo en mi galleguismo, pero dentro de la Unión. Me siento primero gallego y luego español. Por supuesto, mis emociones, en general, están más cercanas a mis compatriotas gallegos que a las de los demás miembros de la sociedad española, nativos de las otras territorialidades de la Unión, siempre, claro está, sin menoscabo de las buenas y aún maravillosas amistades que se puedan tener, tanto en cualquier punto de nuestra geografía hispánica, como en cualquier lugar y país extranjero, ¡faltaría más! Siendo todos hermanos, y rechazando la arrogancia de alguna de esas autonomías, y aplaudiendo la hermandad nacional como algo necesario, bien gestionada por unos deseados, y aún no hallados, políticos competentes, justos y honestos, dentro de la igualdad; y así, de esa manera llevada, llena esa hermandad de ventajas y felicidad.
La grandeza de Roma en la antigüedad, tras la disolución de la monarquía con la eliminación de su último rey: Tarquino el Soberbio, se inicia con la República para continuar con el Imperio, dentro de una unión sin fisuras. El mundo Celta fue conquistado, entre otras cosas, debido a su débil unión y sus continuos enfrentamientos. La caída de la poderosa Roma sobreviene, debido a la relajación de costumbres y la fragmentación que la debilitan. Dando lugar a la triste y feudal Edad Media, cuya única esperanza se fraguaba en la oración desesperada, y en la fe más irracional e inane.
Italia, a finales del siglo XIX vio que la unión era mejor que la dispersión de las pequeñas repúblicas y ciudades estado, quienes, en un conglomerado con los Estados Pontificios, mostraban unos territorios débiles y al albur de las grandes naciones. Víctor Manuel II, de la casa de Saboya, ayudado por Garibaldi y Cavour, consiguieron la ansiada unión. Alemania con su controvertido unificador Otto Von Bismarck, y otros estados centro europeos, decidieron lo mismo. Suiza dividida en tres cantones con lenguas diferentes, continúa en su beneficiosa Unión. El sur de EE.UU. de haber conseguido aquel disparate secesionista, hoy probablemente, fuera de la Unión desde entonces, sería una república bananera y católica sin prestigio alguno. Y recientemente, la independencia traumática de las RR.SS. Soviéticas de la Unión, de ningún modo, por ello, se vieron engrandecidas, quedando más bien, casi olvidadas y llenas de gravísimos problemas de todo tipo.
Es muy posible, de todas maneras, que si andando el tiempo, la Unión Europea consiguiese un afianzamiento total de entendimiento entre los estados, tanto de mandatarios como de una ciudadanía en igualdad de condiciones; lo que hoy son estados que la configuran, entonces posiblemente por desarrollo natural, político y administrativo, los pueblos pasarían a ser determinantes, y esos estados, sin trauma alguna desaparecerían, disolviéndose como resultado de una evolución social y política casi natural. Pero creo que aún estamos bien lejos de ello. Seguiremos a la espera. Para ello, las gentes metidas en el proceloso mundo de la política, deberán ser las adecuadas, y hacer un esfuerzo profundo, y reconocernos a todos por igual, sin diferencias de ninguna clase, y por supuesto disolver todo tipo de monarquías, rémoras, con una iglesia detentando aún un injustificado y manifiesto poder público, de todo progreso.
Y concluyendo diré: que jamás aceptaré un nacionalismo independentista, de esos a la brava, y por capricho de unos cuantos que únicamente buscan beneficiarse, y con ello conseguir un feudo en el que sentirse amos y señores. Como dice el axioma, y es bien antiguo: “La unión hace la fuerza, y la dispersión genera vulnerabilidad y decadencia”

Eduardo Fernández Rivas
Lugar de Fiunchedo: 06-09-2010

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