viernes, 25 de enero de 2008

DEBATES NA TABERNA DO CROIO 5; LA CORONA TORCIDA

LA CORONA TORCIDA
UNA MONARQUÍA DE OPERETA
Y UN MONARCA ENTRE BRIBONES Y FORTUNA

Si es verdad que el ADN, y otras cosas, dentro del inquietante campo de la genética humana, y los variados fluidos orgánicos, y así como también las leyes de Mendel, fuesen en realidad ciertos, y entonces decidiesen la naturaleza de una familia o dinastía, y que además, esta fuese, durante generaciones, formada en los mismos principios, habría entonces, de ser irrefutable, un aspecto físico y un comportamiento similar o igual, en similares o iguales circunstancias.
Bien, sí esto es así, que yo de ciencia nada entiendo, y de la complicada naturaleza humana menos, podríamos aseverar, sin embargo, y con un mínimo de error, que familias, unidas siempre entre ellas, con excepciones escasas, darían vástagos similares, tanto en lo físico como en lo más íntimo y mental. De ser así, observo de nuevo, que criminales genéticos, unidos durante generaciones, originarían una descendencia criminal. Y si esa familia tan detestable, o dinastía para ser más finos, detentara poderío, y toda situación de privilegio, podríamos llamarlos entonces; Bribones Afortunados. Si por el contrario, gentes buenas y honestas, naturalmente se ayuntasen durante generaciones, nacerían individuos buenos y maravillosos. Quizás, tanto en un caso como en el otro, algún ancestro o mutación, podría anecdóticamente, colarse, y alterar esos resultados. De todas formas, la generalidad sería la otra. Y así como los negros engendran negros, los blancos, blancos, los amarillos, amarillos de ojos rasgados, y los cobrizos…pues eso. Pienso que por dentro de los entresijos neuronales del bicho, la cosa de la herencia, ha de ser la de obtener un resultado parecido.
Como las gentes de a pie, y aún las de más arriba, de medio estribo diría yo, suelen ayuntarse, enamorarse, o casarse de manera, más o menos libre y espontánea, difícilmente, podrá mantenerse en ellos, una línea genética, de fácil seguimiento, seria y veraz. Sin embargo, cuando familias poderosas, tales como reyes, emperadores, condeses, duqueses, princeses, princesas, baronesas, y otras plantas de invernadero y fino abolengo, clasistas y arrogantes, que procuran, en su soberbia, solo ayuntarse con gentes de su misma sangre y linaje, y aunque a veces, incluyan como despiste, enamoramiento, o capricho, a una garbanza o garbanzo negro entre sus filas, no quiere ello decir, que ese accidente vaya a variar en sustancia, aquellas condiciones dentro de la línea hereditaria. Será solo, y en un principio, una pinga de gracejo ordinario, nunca aceptada en ese ambiente, por impropio, y de duración, probablemente exigua. Que nadie se olvide, que tanto la Cenicienta, como la Virgen María, esposa putativa del Dios cristiano, pertenecían a familias de probado abolengo. Solo que en unas circunstancias, digamos, atípicas.
Desde luego, si estudiamos con algún detenimiento los árboles genealógicos de quienes los posean, no ha de ser muy difícil el comprobar el enorme parecido y comportamiento de sus miembros, a través de las diferentes y lejanas generaciones, y estando aún salpicadas de sangre foránea. Pues bien, los monarcas y aristócratas, son de esa estirpe que tienen, además a gloria, el mostrar y presumir de sus ancestros, de su arbórea genealogía, no dándose cuenta del peligro que en la actualidad, supone una tal información, ya que es bien cierto, que esas familias han tenido habitualmente, un comportamiento tiránico, muy alejado del respeto debido a “sus” semejantes. Colaboradores y compinches de inquisiciones, golpes de estado cruentos, unos abortados y otros no, masacres, asesinatos, violaciones, estupros, extorsiones, etc.
No tenemos más que detenernos a reflexionar sobre algunos de los antepasados y ancestros de nuestros reyes. Qué si Isabel de Castilla, hija de una loca, y madre de otra. Santurrona y rencorosa hija segundona. Llamada con clamor la católica, criminal y asesina. Aliada con el vesánico y sádico Torquemada. Entre los dos criminales, y con anuencia del papa, hicieron churrasco humano con casi media España, y en el deseo frustrado, de realizarlo con toda Europa, a la quema de herejes, brujas, judíos y moros. Su augusto esposo, D. Fernando de Aragón, falso, ambicioso y lleno de lujuria. Su nieto Carlos I, frívolo y asesino de Comuneros en Villalar. Padre picaflor de Jeromín, nacido de su amante alemana, la fresca Bárbara Blomberg de timbrada voz. Felipe II, parricida, intrigante, católico recalcitrante, con innumerables crímenes a su cabeza, castrador de todas las libertades, quien se construyó un monasterio mausoleo para morir en él, y hacerse así perdonar sus infinitas atrocidades, lo mismo que su padre en Yuste. Ana de Austria Habsburgo, infanta de España y reina de Francia, esposa de Luis XIII, y madre de Luis XIV, el taladrado y absolutista en grado sumo, Rey sol. Liada con el inglés George Villiers duque de Buckigham, con el duque de Beaufort, nieto de su suegro Enrique IV y de Gabrielle D’Estrées, con el cardenal y primer ministro Mazzarino, con quien se le supone un matrimonio secreto, y otros. Su hermano Felipe IV de España, el rey pasmado, siempre enfrentado en sangrientas guerras, la de los Treinta Años, con su cuñado Luis XIII, intrigando y conspirando con su hermana Ana de Austria. Se bababa los belfos Felipe, tras las sudorosas bragas bombachas de la cómica María Calderón, alias “La Calderona”, por quien se bebía los vientos del norte y los del sur. Comedianta donde las hubo, trinadora insuperable de los madriles de pícaros y busconas, y de quien, el regio pasmado tuvo a su bastardo hijo, Juan José de Austria, Gran Prior de la Orden de San Juan, reconquistador de Barcelona, y derrotado en Flandes, en la batalla de las Dunas, por el vizconde de Turena. Felipe V, el primero de los borbones españoles, loco y abatido, sucio y maloliente, rodeado de fetiches y abalorios. Animado y gobernado por la Farnesio y el “castrati” Farinelli. Elevado a los cielos de la locura más delirante, por las arias de Porpora, en la voz de soprano, penetrante y chillona de aquel italiano castrado. Carlos IV, detestable cobarde, que abandona a su pueblo sin defenderlo, para disfrutar de la regalada vida que Napoleón le ofrecía. Fernando VII, el maldito “Deseado”, su hijo, con la lujuria expresada en su rostro, el vicio pintado en su cara, la caricatura grotesca de un ser, salida, lo mismo que la de su padre, de los prodigiosos pinceles del desterrado y genial Goya. Líder indiscutible y fauctor de la década ominosa, corruptor de las leyes, cruel en extremo, traidor y golpista de la “Pepa”, nuestra primera “Carta Magna”, y entre cuyas y múltiples víctimas se encuentra la granadina Marianita Pineda. Alfonso XIII, hijo de una austriaca insatisfecha y avinagrada, sobrina del lujurioso y cruel emperador de Austria, y de un Alfonso XII, posiblemente bastardo, hijo asimismo de una ninfómana Isabel II, quien cambiaba las seminales sábanas de su lecho varias veces en la noche, rasgadas quizás, en el múltiple himeneo, por los espadines frenéticos y nerviosos de húsares, ministros panaderos y generales, y de alguno de los cuales, el rey golfo, Alfonsito XII, y sus descendientes, lleven la sangre. La lujuria más desenfrenada, y la buena vidorra, define a todas estas reinas y reyes, ministros, generales, monjas y clérigos, viciosos favoritos de reyes y demás tiranos. Blasco Ibáñez supo mucho de Alfonso XIII, un rey torcido. Enviaba el escritor desde su exilio, cartas a España, descubriendo las falsedades y mentiras de ese monarca, a quien, y con muy buen criterio, expulsó de nuestra tierra, que no de su huerto particular, como el la llamaba, la segunda, que aunque breve, excelente república española.
De nuevo los tenemos en el trono, monarcas con toda su prole. Retratados en los medios al estilo del más clásico zarismo decimonónico. Van rodeados reyes, príncipes, infantas y demás casquivana tropa, con su corte de moño con alfiler y cuellos de encaje de Malinas. Por designación de Franco, que no por democrática elección, y entre su muerte y su sepelio, y en el día funesto de en medio, ahí están, como la puerta de Alcalá, colados con calzador y guante blanco, a espaldas de la España temerosa, arrodillada y católica, propia de aquellos momentos difíciles y confusos, que siguieron al desesperadamente deseado óbito del nefasto dictador. De manera subrepticia, nos “legalizaron” más tarde, ese anacronismo medieval que es la monarquía. Camuflada, en el voto que ya sabían afirmativo, de la deseada constitución, en un alarde sin precedentes, de pactos internos y espurios, entre los grupos políticos de entonces, plagados de mandamases franquistas, pseudo demócratas, curas, obispos, y novicios políticos de perejil y puñetas.
El del bribón afortunado, aún queriendo hacerse el simpático y populista, que no popular, de vez en cuando se filtra, en sus maneras y gracietas, el perfil de sus ancestros. Con tontorrona expresión, y mejilla riojana, declara como de chiste, prohibir por molestos, los flashes fotográficos. ¡Qué simpático! Y en un alarde de iracunda impertinencia, cual jenízaro furioso, impensable en un equilibrado jefe de estado, aunque sea con corona, le suelta a otro jefe de estado, Chávez, elegido democráticamente, que no es su caso, un ¡Porqué no te callas! Más chirriante e improcedente que el barritar de un tronado elefante, colado en el dulce y sensual serrallo del otomano sultán Bayaceto I Yildrim.
Yo no se sí el ADN, y las leyes del viejo Mendel, dicen la verdad o no, pero pido de ustedes que analicen ese árbol, y saquen en consecuencia la posible herencia transmitida desde aquellos monarcas a este. Un hombre adoctrinado e impuesto por el dictador Francisco Franco. Que juró continuar la política del dictador. Sospechoso de la muerte por arma de fuego, de su hermano de catorce años, el infante don Alfonso, teniendo Juanito diecisiete años de edad. Así como de la posibilidad de estar detrás de la muerte “accidental” de su primo carnal Don Alfonso de Borbón, pretendiente al trono de España, y apoyado por una facción numerosa de monárquicos. Y quien, mediante pactos que debieran ser inaceptables para un buen hijo, consiente en arrebatar a su humillado padre, los derechos de monarca, sustraídos tercamente por el Francisco Franco más rencoroso y mezquino. Ni tan siquiera recibe, o mantiene trato alguno, al menos público, en un ejercicio de soberbia, a su esperpéntico tío Leandro. No debiéramos olvidar jamás, que el absolutismo es la búsqueda legítima, dentro, claro está, de esa abominable institución, aunque despreciable, de todo monarca, cuyo término ya significa gobierno de uno solo, ¡déspotas! La constitución la firman obligados, y para poder reinar, -aunque solo sea un poquito-. Están esperando siempre, y fomentando en la sombra, con algunos militares de trasnochado entorchado, de toisón y jarretera, con el clero, y al acecho, las circunstancias idóneas, para investirse de nuevo de corona, cetro y manto real armiñado. Los atributos del absolutismo regio y teológico, más descarnado. Todo ello sancionado luego, en un circense y espectacular“Te Deum”, por la iglesia católica más tridentina. Monarquía e iglesia unidas: ¡Los ancestrales verdugos del pueblo!
Una monarquía por tiempos, y desde hace más de un siglo, es la nuestra, la española. Habiendo perdido su tren, hace ya bastantes lustros, desde 1873 fecha de la primera república, y nos la han metido de nuevo.
Después de nacional referéndum, y en las principales ciudades, allá por los años treinta, del siglo pasado y funesto, año de 1931 concretamente, donde se votó la segunda república y abajo la monarquía. El dictador se murió, tras larga e infausta existencia, y lo lógico y legal sería, el restaurar la república, y nunca la monarquía. Amante de pompas y fastos en baños de multitudes sacadas de las fábricas, colegios, tiendas e industrias, que cierran sus puertas, se cierran y acotan calles, se husmea el tipo de vecindario. Detienen sus máquinas de producción las industrias, induciendo a sus trabajadores y estudiantes a formar parte del circo de aplausos y gritos públicos, cosas propias de dictadores y demás tiranos, en un recuerdo imborrable del peor franquismo populachero, enloquecido y arrodillado.
No hay que pensar en que un rey proporcione a sus súbditos la subsistencia, puesto que es él quien saca de ellos la suya (Jean Jacques Rousseau 1712-1778) Y yo digo, que no debemos olvidar que una república convierte a todos los seres en ciudadanos, término que dignifica. Sin embargo, toda monarquía, aún siendo constitucional, los arrodilla llamándoles súbditos, cuyo significado es: sometidos (Subditus, part. pas. de subdere, someter, arrodillar) Yo quiero ser ciudadano libre, con toda mi dignidad como ser, nunca súbdito, o lo que es lo mismo: sometido o arrodillado.
.- ¿Qué es la monarquía?
.- ¡Vaya una tontería! Pues que va a ser, una institución gravosa e innecesaria. Y en donde la mayor actividad de sus representantes es aquella de la coyunda, a la búsqueda de la procreación más numerosa, con la intención de un continuismo dentro de la mayor perennidad de las dinastías, y que luego elegido el representante, que a de ser único, se dedicará este a eliminar a una parte de sus hermanos, o cualquier otro familiar que pudiese ser pretendiente al trono. En fin, que después de multiplicarse activamente como si fuesen conejos, se acaban matando entre ellos, y sometiendo ese ser único, a los pueblos y a sus individuos.


Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 07-10-2007

No hay comentarios: